Estudiando todas las religiones y filosofías existentes, uno observa que hay dos escuelas predominantes: Una dice que el hombre puede alcanzar su meta por su propio esfuerzo. La otra afirma que la alcanza por la gracia o la misericordia divina. Son dos rasgos principales y distintivos de las escuelas filosóficas. Hay otras cosas que también se pueden notar, por ejemplo: El concepto de Dios.
Dios como una presencia, por más misericordiosa que sea, si no tiene contacto con nosotros, si no podemos sentir su presencia, si no podemos conversar con Él, esa clase de Dios no es muy agradable, tampoco podemos sostener esa idea de divinidad por mucho tiempo.
El ser humano quiere un Dios que sea la fuente de toda clase de socorro. El hombre quiere levantar su cabeza y seguir adelante. También el ser humano, después de saltar ciertas vallas físicas y mentales, quiere saber quién es Dios y cómo es. Entonces necesita alguien que le conteste sus preguntas.
Todos nosotros comprendemos, cuando pensamos sin prejuicios, que es preferible el ejemplo más que el consejero. De ahí viene el concepto de permanencia divina.
Los yoguis concibieron una clase de Dios muy especial. En primer término, recordarán ustedes que la filosofía Yoga sigue la doctrina de los Samkhyas, aunque admite la presencia de Dios que estos últimos no admiten. Y concuerdan con los Samkhyas, en que la naturaleza hace la creación, y que no necesitan un Dios creador para tomar su puesto, ya que sola puede hacer muy bien las cosas.
Estabamos hablando, la última clase de dos clases de Samadhi. En la primera uno queda “diluído”, es decir, pierde todo concepto psíquico y físico de su existencia, y queda diluído completamente en la naturaleza. Ese ser, según los yoguis, consigue la liberación cuando termina el ciclo. No hay fecha.
Diluírse completamente en la naturaleza, quiere decir no tener ningún deseo apartado del deseo común. Ese ser va más allá del concepto de tiempo y espacio que es el que nos liga a nosotros.
La segunda clase de Samadhi es cuando la mente no tiene ningún deseo nuevo, ni repite deseos anteriores. No tiene las semillas para que puedan nacer nuevos deseos. Ese ser va más allá de la Prakriti y domina todo. Y tiene la perrogativa de liberarse cuando quiere.
Cuando la primera clase de gente comienza su práctica de meditación, con un deseo que no sea el de la liberación, que no sea conocer a la Divinidad y a su propio Ser, y llega a la misma clase de concentración profunda, que al otro grupo le da la liberación, adquiere poderes enormes. Por ejemplo: Quiero ser todopoderoso, y sigo el mismo procedimiento de concentración, es decir que elimino todas las demás ideas y todos los demás goces. Pero como al comienzo tuve una idea distinta, el resultado es también distinto. Cuando tenga la primer clase de Samadhi seré muy poderoso. Manejaré fuerzas superiores. Ahora comienza a decirnos Patányali, que por el camino del yoga, pueden adquirirse poderes.
Aparentemente, la práctica es la misma, pero, en realidad es muy distinta. Hay un ejemplo que da Ramakrishna: debajo de la luz uno está leyendo el Ramayana, mientras otro está falsificando un cheque. La luz no tiene la culpa. Samadhi, es decir la concentración, no tiene culpa. Uno no lo utiliza para lograr su liberación, sino para adquirir poderes, y los adquiere. Pero, ¿qué sucede? Uno se vuelve poderoso. Vive mucho tiempo y tiene muchos dominios. Dice el Swami Vivekananda, el comentar a Patányali, que esos seres son, en el sistema de filosofía hindú, como altos funcionarios, que ocupan cargos que se llenan en períodos de sucesión. Cuando otros vienen preparados, los anteriores tienen que dejar su puesto. No hay jubilación. Sobre esto, hay muchos cuentos en los Puranas.
El jefe de los dioses en el panteón hindú llamado Indra, que ha conseguido su puesto después de una serie muy dura de prácticas y austeridades, tiene una parte de su ser ocupada en la vigilancia de los que quieren seguir su camino, para que nadie pueda disputarle su elevado puesto. Si ve que alguien avanza mucho, le ocasiona disturbios y entorpecimientos.
Alcanzan los mismos poderes los que tienen fe en sí mismos, energía para cumplir su voluntad, buena memoria y discernimiento. Hablando del éxito, Patányali dice algo muy sencillo: “El éxito depende, tarde o temprano de la energía aplicada por el practicante.” [YSP 1.21] No dice nada de la Misericordia Divina; todo depende de nosotros. Si queremos tener éxito, preparémonos. Después, como un corolario dice: “El éxito es tenue, mediano y fuerte, según la voluntad aplicada.” (YSP 1.21)
Ahora viene el concepto de Dios de los yoguis: “Ishvara, (que quiere decir “gobernador supremo”), es un Purusha especial, inmaculado de todo concepto de miseria, acciones, sus resultados y está absolutamente desprovisto de deseos.” (YSP 1.24)
Y luego dice Patányali: “En Él es infinito el conocimiento que en los demás está en el estado de germen.” (YSP 1.25) Es decir: lo que tenemos nosotros como un gérmen de todo conocimiento, en Él está en la plenitud. Es la primera definición de Ishvara, de Dios.
Patányali nos quiere arrancar del plano de la conciencia y del plano del conocimiento. Quiere decir que los que buscan a Dios por otras razones nunca lo encuentran. Para ellos, Dios apenas llega a ser un gran amigo que tiene a su alcance todo lo que podemos necesitar en todas las variaciones, en distintos climas y países. Porque bajo la creación de la naturaleza, desde los esquimales hasta el trópico, nuestras necesidades aparentemente son idénticas, pero son en realidad distintas y muy variables.
Concebimos la presencia de Dios cuando estamos en el plano del conocimiento de la conciencia. ¿Cómo? Yo he tratado de purificar mi conocimiento y mi conciencia. Mi conocimiento no anda tanto detrás del conocimiento, ni tampoco detrás de las ideas. Está más o menos sutilizado al punto de llegar a concentrarse. Yo no quiero dañar a nadie, ni herir a nadie, ni tampoco contraigo compromisos que puedan hacer sufrir a otros. Es decir que la conciencia está purificada.
Pero, ¿como concebir que en Ishvara, en ese Purusha especial, está en plenitud lo que en mí está en forma de germen? Ahora bien. Vamos a dirigir la mente a un punto de concentración. Tomen cualquier idea con los ojos cerrados y piensen en ella. Háganlo ahora. Rápido. Al concentrar, lo que hacemos es trabajo doble. Juntar la mente en un punto y tratar de hacer un esfuerzo de modo que el ambiente de alrededor no lo atraiga. La mente cuando quiere concentrarse tiene el concepto de un círculo alrededor, al mismo tiempo, pero este círculo es vago. Siempre localizamos los objetos en términos de tiempo y espacio, pero no le damos tanta importancia.
El libro está aquí. Este “aquí” significa mucho. Pero mi necesidad es del libro, por eso no hago caso del “aquí”. Pero cuando no hago caso de este “aquí”, el libro no tiene ningún valor.
Cuando voy con un amigo a un restaurant, tengo por costumbre mirar a todos lados y a las demás mesas, menos a la persona con quien he ido. Quiere decir que no doy ninguna importancia al objeto cercano. He observado que en los conciertos, la gente se ocupa más de sus vecinos que de la música y están esperando con ansiedad que prendan las luces, porque se encuentran molestos en la oscuridad.
Estos ejemplos son para hacerles comprender que no podemos dejar el concepto de ambiente.
Y dice Patányali: El comienzo del ambiente soy yo y no tiene fin. El ambiente es infinito. Este libro está aquí, y este “aquí” no tiene fin. Nosotros, para nuestro uso ponemos una línea demarcatoria.
¿Ven ustedes ahora cómo tenemos conexión con Dios? El conocimiento que ha llegado a su plenitud es el concepto de ese Purusha especial.
Por eso el yogui no da ningún puesto a Dios. No es creador ni protector. Porque si hubiera ocupado un puesto no nos serviría de ideal. Porque, aunque leamos mucho y digamos mucho, nos sirve mucho más el ejemplo.
Los yoguis dicen: “Ser Supremo” ¿Quién comprende a un ser supremo? Quién comprende primero que él es un Ser. Por eso dice, al principio Patányali: “Inmaculado de todo concepto de miseria, acciones y sus resultados, y absolutamente desprovisto de deseos.” (YSP 1.24)
Señores, les repito: es el concepto de Patányali. El momento es muy crítico. No les estoy explicando mi concepto, sino el de Patányali. Pero vayan comprendiendo que Patányali tiene razón.
Si no nos aliviamos de deseos, nos será imposible comprender quién es Dios. Esa clase de Dios que concibe una mente limpia, queda siempre fuera de nosotros y trae dudas a la mente del practicante. El practicante dice: ¿Qué voy a hacer con ese señor? Yo pido una cosa y me da otra, o me da un poquito de lo que pido. Es que el Dios de los pedigüeños es muy caprichoso. Según Patányali, Dios es –si es que podemos decirlo– la forma de la conciencia misma, del conocimiento mismo. Como el conocimiento no es propiedad de alguien; como no pertenece a nadie, como no tiene fin ni principio, Dios es infinito.
El conocimiento no nace con los objetos. Los objetos, al pasar por la luz del conocimiento son aceptados por nosotros. El conocimiento no se prende ni se apaga.
Para un no utilitario, para un hombre puro de ideales, de ideas elevadas, para él o para ellos, el ambiente es muy limitado. Y cuando la idea es un concepto muy puro, el ambiente es muy puro.
Ninguna escuela filosófica o religiosa, acepta este concepto de Ishvara. Ni aún en la India. Porque también en la India tenemos el concepto de Dios creador, preservador y destructor. Sí, también destructor, porque si Dios es creador, quiere ser también destructor, ya que no puede permitir que nadie destruya lo que Él mismo ha creado. Destruir es cambiar, es transformar.
Los Samkhyas dicen categóricamente: No tengo pruebas de Dios, porque en mi cerebro no existe la idea de otro Dios, de modo que no hablemos de Él. ¡Qué lógica! Este es un libro, porque en mi cerebro tengo el concepto de otro libro. Si no, este sería, algo, no lo se.
Los yoguis fueron más prácticos y dijeron: Siempre necesitamos un ejemplo. ¿Qué ejemplo? Nos da en carne y hueso: es el concepto de la Conciencia limitada.
Rev. Swami Vijoyananda
Duodécima clase - 29 de septiembre de 1944
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