lunes, 28 de noviembre de 2011

Ghirish Chandra Ghosh



Girish
 Chandra Ghosh, el padre de teatro bengalí y una personalidad eminente enla India del siglo decimonono, un discípulo directo de Sri Ramakrishna Paramahamsa


"No hay pecado que no haya cometido,
pero aún así,no hay fin para la Gracia
que he recibido del Maestro. "
Girish



... A qué punto el ojo maternal de Ramakrishna, como la Madre, sabía penetrar, comprender y guiar con indulgencia los corazones turbados de los más perdidos de sus hijos, lo muestra la historia, digna de las leyendas franciscanas, de sus relaciones con el actor Girish Chandra Ghosh.

Este gran actor y dramaturgo era un bohemio y un libertino, rebelado contra Dios, aunque su genio le hizo escribir ocasionalmente bellas obras religiosas. Mas para él eso era un juego. No veía, lo que de un vistazo captó Ramakrishna, que él mismo era el juego de Dios.

Oyó hablar del Paramahamsa. Tuvo curiosidad de verle tal como se va a una feria para observar un animal extraordinario. Estaba ebrio; en el primer encuentro le insultó. Ramakrishna, calmo y zumbón, le dijo: Al menos, ¡bebe a la salud de Dios! Tal vez él también beba... El borracho, con la boca abierta, exclamó:  ¿Cómo lo sabes?
- Si no bebiese, ¿cómo habría podido crear este mundo, todo trastornado? Girish quedó pasmado. Cuando se marchó, Ramakrishna dijo tranquilamente a sus discípulos estupefactos:  Es un gran devoto de Dios.

A pedido de Girish fue a verle actuar en su teatro de Calcuta. Girish era vanidoso y buscaba los cumplidos. Ramakrishna le dijo:  Hijo mío, sufres de un alma torcida. Girish, furioso, le cubrió de injurias. Ramakrishna le bendijo y se marchó. Al día siguiente, Girish hizo implorar su perdón. Se unió a Ramakrishna. Pero no podía renunciar a la bebida. Ramakrishna nunca le pidió que lo hiciese. Y por esa razón Girish renunció a la bebida. Ramakrishna le había apuntado el sentimiento de su libertad.

Pero eso no era suficiente. Ramakrishna le decía que no hacer el mal es una virtud demasiado negativa: es menester acercarse a Dios. Y Girish era incapaz de eso. Nunca había podido doblegarse ante disciplina alguna. Desesperado, le dijo que prefería el suicidio a la meditación y la oración... No te pido demasiado, dijo Ramakrishna. Una oración antes de la comida. Una oración antes de la comida. Una oración antes de acostarte. ¿No puedes hacerlo?
- No! Odio la rutina. No puedo orar, meditar. ¡No puedo pensar en Dios ni por un instante!
- ¡Bien! –dijo Ramakrishna-. Entonces, si quieres ver al Señor, y si no puedes dar un solo paso hacia él, ¿quieres darme un poder? Yo rezaré por ti. Tú, tú sigue tu vida... ¡Sólo que atención! Me prometes vivir, de ahora en más, absolutamente a merced del Señor... Girish aceptó, sin considerar bien todas la consecuencias. Se trataba de vivir sin voluntad propia alguna, abandonado a las fuerzas interiores, a semejanza de una hoja al viento, o bien como el gatito que su madre puede llevar sobre el lecho de un rey o al cajón de la basura. Debía aceptar todo, sin pedir nada. No era fácil. Girish se esforzaba lealmente. Pero una vez dijo: - Sí, quiero hacer eso.
- Qué has dicho! –le respondió severamente Ramakrishna-. No tienes voluntad para hacer ni no hacer. ¡Recuérdalo!... Tengo tu poder. Actúa según lo que quiere en ti el Señor. Yo rezo por ti; pero mis plegarias se reducen a nada, si no renuncias a toda iniciativa.

Girish se sometió. Y el resultado de esa disciplina fue que luego de un tiempo realizó el abandono en el Yo impersonal; y fue conquistado por Dios.

Sin embargo, no renunció a su profesión de dramaturgo y actor. Y Ramakrishna tampoco deseó eso. Pero la purificó. Había sido el primero en introducir mujeres en la escena bengalí. Y ahora, salvaba así de la miseria a muchas jóvenes desdichadas, y las levantaba; más tarde, las conducía al monasterio de Ramakrishna. Se había convertido en uno de los más religiosos seguidores del maestro, el más grande de los discípulos “de afuera”. A pesar de su palabra franca y su humor cáustico, fue respetado, venerado, luego de la muerte del maestro, por los discípulos “de adentro”... Al morir, decía -Esta locura de la materia es un velo horroroso. ¡Quítalo de mis ojos, Ramakrishna!

Del libro “La vida de Ramakrishna” por Romain Rolland: “El Maestro y sus hijos”



Devoción al Gurú

Rev. Swami Vijoyananda

El domingo 19 de enero de 2003, Swami Pareshanandaji Maharaj, habló de los devotos de la época de Swami Vijoyananda, fundador del Hogar Espiritual Ramakrishna, elogiando la devoción de muchos de ellos. Nombró a Emma, Don Duci, Elmer y especialmente a Juanita y expresó el deseo de tener grabados sus pensamientos.

Con ese fin fuimos a visitarla. Se me ocurrió que sería bueno para un devoto joven ver con sus propios ojos a un devoto tan mayor como Juanita (en esos momentos tenía noventa y cuatro años) como ejemplo de dedicación y fidelidad a su Gurú y a sus principios, con ese motivo le pedí a Gabriela una nueva devota joven muy cariñosa) que me acompañara y con todo gusto lo hizo. A pesar de su deterioro físico, la encontramos vestida de forma impecable y con total lucidez mental. No quiso que grabáramos, decía que tenía dificultad en hablar y que se sentía nerviosa.

La señora que la atendía en ese momento, nos sirvió un te y Juanita comenzó a hablar, recordando que en la década del cincuenta encontró en el diario un artículo de media página sobre el Ashrama de Bella Vista, se había celebrado una festividad muy importante a la cual había asistido el Embajador de la India, nombraban al Swami Vijoyananda y figuraba la dirección del Ashrama. Al leer ese artículo “pensé que ese era el lugar y la persona que estaba buscando”, según sus propias palabras. Pasaron dos o tres meses y un día (enero de 1958, coincidentemente se cumplían 45 años de esa fecha) decidió visitar ese lugar acompañada de su hermana y así lo hizo. “El portón de entrada era de madera como en el campo y bajo un gran árbol se veía unas personas alrededor de una mesa”, luego supo que eran: Swami Vijoyananda, María Elena (una devota que dedicó su vida al servicio de Dios y los devotos en el Ashrama) y Don Humberto quien también residía en el lugar.

Llamó haciendo sonar una campana y la atendió Don Humberto, quien le preguntó si tenía una entrevista, ella le dijo que no pero que si le pedía al Swamiji que le diera una fecha ella volvería. Don Humberto regresó y habló con el Swamiji que era la persona que estaba de espaldas al portón, y mientras escuchaba, el Swamiji, hacía un gesto con la mano sin mirar hacia atrás, para que entraran. “ Cuando hable con él sentí que me entendía” dijo la señora Juanita. Y agregó que en ese mismo momento le dio prácticas espirituales y le pidió que vuelva en tres días. “Desde ese momento cambió toda mi vida”, al poco tiempo el Swamiji le pidió que fuera todos los domingos y así lo hizo por muchos años.

“El Swamiji era muy cariñoso y de él emanaba una gran autoridad, él decía que el peor pecado era mentir y era muy estricto en la puntualidad”, y luego de un gran silencio cargado de emoción, agregó “Pero todo esto hay que sentirlo en el corazón, de lo contrario no tiene valor”. También dijo que la voluntad es muy importante.

A continuación relató algunos hechos de su vida que demuestran que en ella esa voluntad siempre estaba presente. A pesar de su avanzada edad y debilidad física, trasuntaba una gran firmeza interior y profunda sensibilidad. Tras su aspecto austero, diría monacal, se adivinaba una gran ternura.

Cuando nos retirábamos, con lágrimas en los ojos, nos pidió que volviéramos. En presencia de los sinceros devotos, se puede percibir, la maravillosa gracia del Gurú y que él es el Eterno Compañero . Swami Vijoyananda, el amante de la humanidad, al igual que una madre amorosa, vela siempre por el bien de sus hijos.

En febrero de este año, Juanita, la devota siempre impecable, falleció. Los que tuvimos la suerte de conocerla guardamos un especial recuerdo de ella. Era una artista y en todo lo que hacía mostraba ese don. Tenía un gran carácter, en la década del veinte cuando las mujeres ni soñaban en trabajar fuera de su casa ella, por quebrantos económicos de su hogar, salió a trabajar como dibujante publicitaria siendo una adolescente y así lo hizo durante toda su vida. Espíritu independiente, estricta pero no inflexible, devota dedicada y fiel. Seguramente que su Eterno Compañero la habrá recibido, como en aquellos años, con ese gesto tan significativo: ya te conozco y te estaba esperando.

Khoka Maharaj: Swami Subodhananda

La narración de este episodio de la vida de Khoka Maharaj (Swami Subodhananda), forma parte del artículo SWAMI SUBODHANANDA, RADIANTE SIMPLICIDAD, que el Swami Divyasukhananda publicó en el Prabuddha Bharata del mes de enero de 2009.


Pregunta: “Cuando meditamos, ¿deberíamos concentrarnos solamente en la forma del Maestro o también en sus atributos?”

Swami Subodhananda: “¿Cómo puedes así nomás de entrada meditar en el Maestro? Debes recordar de llevar contigo a alguien más, la Santa Madre o Rakhal Maharaj, a quienes has visto. No hace falta que lleves contigo a nadie más.”

Déjame contarte algo que sucedió realmente:

En Ranchi la esposa de cierto caballero llamada Kusum me había oído hablar sobre el Maestro. Ella recibió iniciación espiritual [de mí]. Tenía mucha devoción y amor por mi.

Una noche Kusum murió. Era la 1:30 de la madrugada. En ese mismo instante, el señor Mukherji y su mujer, vecinos de Kusum, me vieron llevándola de la mano. Era una noche iluminada por la luna. Mukherji, atónito, llamó a su mujer y ambos observaron cómo yo me llevaba a Kusum. Ellos comenzaron a preguntarse: “Siempre que el Swami pasa por el vecindario por alguna razón, nos viene a visitar. ¿Por qué entonces se va de esta manera? ¿Qué significa esto?” Los Mukherji no podían entender lo que veían. Más tarde, cuando narraron todo el incidente y me interrogaron sobre lo ocurrido, dije: “No se, no puedo decirles nada ahora; si puedo, se los diré más adelante.”

Un tiempo después, fui a Kashi, donde me enfermé. Tenía disentería y dolor en los miembros. Como estaba muy inquieto por el dolor, recordé a Kusum, ya que ella, ante el menor indicio de que yo estuviera enfermo, acostumbraba a venir corriendo y servirme. En ese momento, al recordarla, dije: “Kusum, ¿dónde estás ahora? Aquí estoy sufriendo tanto, y ¿quién está para cuidarme?” Después de decir esto, comencé a dormitar y fue entonces que vi a una niña de 8 a 9 años a mi lado. “¿Quién eres?” le pregunté. “Soy Kusum”, dijo. “Por qué viniste?” “Usted me llamó, por eso vine.” “¿Dónde estabas y qué estabas haciendo?” “Bueno, usted me enseñó que sirviera al Maestro. Estaba con Él, sirviéndolo.” Le pedí que me abanicara y ella lo hizo, sentí la agradable brisa. Entonces le pregunté: “Dime ¿qué ocurrió cuando moriste? ¿Quién te tomó de la mano?” Al escuchar esto, Kusum dijo: “Después de dormir una noche, no recordamos ni siquiera los acontecimientos de un día. Ahora pasaron tantos nacimientos, ... ¿sobre cuál de ellos me está usted preguntando?” Cuando le conté lo sucedido en Ranchi, ella me dijo: “La noche en que morí, mi sufrimiento fue terrible, pero no lo olvidé a usted. Estaba recordándolo, cuando usted vino, me tomó de la mano y dijo: “Ven conmigo”. Lo seguí al instante. Después de haber caminado un largo trecho, empecé a hablarle, creyendo que estaba hablando con Khoka Maharaj, Swami Subodhananda. Entonces la persona que estaba teniéndome de la mano me dijo: “Yo no soy Khoka Maharaj.” “Entonces ¿quién es usted?”, pregunté. “Yo soy aquel a quien Khoka Maharaj te pidió que adoraras.” “Entonces, ¿por qué su aspecto es como el de Khoka Maharaj?” “De otro modo ¿cómo me hubieras reconocido? Es por esa razón que asumí la forma de Khoka y te traje hasta aquí.” “Si es así,” le dije, “muéstrame por favor Tu propia forma.” Entonces, el Maestro asumió su propia forma. ¡Qué luminosa, serena y dulce era su presencia! Difícilmente puedo expresarlo en palabras.

Ahora mismo estaba yo con el Maestro. Usted me llamó varias veces, así le dije que usted estaba llamándome y que yo iría a ver lo que usted quería decirme.”

Entonces yo le dije a Kusum: “Muy bien, ahora puedes ir allá de donde viniste.” E inmediatamente la niña se fue.

Swami Subodhananda


Del Swami Subodhanander Smritikatha, 32 – 3.

La voluntad de Dios



El Bendito Señor Jesús
Si se quiere saber lo que se entiende por “voluntad de Dios” en la vida del hombre, este es un medio de tener una buena idea de ella. La voluntad de Dios se encuentra indudablemente en todo lo que se requiere de nosotros a fin de que podamos unirnos unos con otros por medio del amor. Si se quiere esto puede llamarse el dogma básico de la Ley Natural, que prescribe que debemos tratar a los demás como querríamos ser tratados por ellos, que no debemos hacer a otros lo que no querríamos que otros nos hicieran. En otras palabras, la ley natural es simplemente que se debe reconocer en todo ser humano, la misma naturaleza, las mismas necesidades, los mismos derechos y el mismo destino que nosotros. El resumen más sencillo de toda ley natural es: tratar a los hombres como si fueran hombres. No actuar como si sólo yo fuera hombre y todo otro ser humano fuese un animal o un mueble.

Todo cuanto se me pide a fin de que pueda tratar a todos los demás hombres efectivamente como seres humanos es voluntad de Dios para mí expresada en la ley natural. Halle o no satisfactoria la fórmula, es evidente que no puedo vivir una vida realmente humana si desobedezco consecuentemente este principio fundamental.

Pero no puedo tratar a los otros hombres como hombres, a menos que tenga compasión de ellos. Al menos tengo que tener la compasión suficiente para comprender que cuando sufren, siente algo parecido a lo que siento yo cuando sufro. Y, si por alguna razón, no siento espontáneamente esta clase de simpatía por los demás, entonces la voluntad de Dios es que haga lo posible para aprenderlo. Tengo que aprender a compartir con otros sus alegrías, sus sufrimientos, sus ideas, sus necesidades, sus deseos... Tengo que aprender a hacer esto, no sólo en los casos de aquellos que son de la misma clase, la misma profesión, la misma raza y la misma nación que yo, sino cuando los hombres que sufren pertenecen a otros grupos, incluso a grupos considerados como hostiles. Si hago esto, obedezco a Dios. Si me niego a hacerlo, le desobedezco. No es, por lo tanto, un asunto entregado al capricho subjetivo.

Ya que esta es la voluntad de Dios para todos los hombres y, ya que la contemplación es un don que no se concede a nadie que no acepte la voluntad de Dios, la contemplación queda descartada para todo el que no trate de cultivar la compasión hacia los otros hombres.

“En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros.” “Quien no ama permanece en la muerte.”

Si se mira la contemplación como un medio de escapar a las miserias de la vida humana, como una retirada de la angustia y el sufrimiento de esta lucha en pro de la reunión con otros hombres, no se sabe lo que es la contemplación ni nunca se hallará a Dios en ella. Pues precisamente en el restablecimiento de la unión con nuestros hermanos descubrimos a Dios y le conocemos, porque Su vida comienza a penetrar nuestras almas. Su amor posee nuestras facultades y podemos saber Quién es Dios al experimentar su misericordia, que nos libera de la prisión de nuestro egoísmo.

Sólo hay una verdadera huida del mundo; no es la huída del conflicto, la angustia y el sufrimiento, sino la huida de la desunión y la separación, hacia la unidad y la paz en el amor al prójimo.

¿Cuál es el “mundo” por el que Cristo no quería rogar y del cual dijo que Sus discípulos estaban en él pero no eran de él? El mundo es la ciudad inquieta de los que viven para sí y por lo tanto están divididos unos contra otros en una lucha sin fin, pues continuará eternamente en el infierno. Es la ciudad de los que luchan por la posesión de las cosas limitadas y el monopolio de los bienes y los placeres que no pueden ser compartidos por todos.

Pero si se trata de huir de este mundo dejando meramente la ciudad y ocultándose en la soledad, sólo se conseguirá llevarse la ciudad a la soledad y, sin embargo, se puede estar enteramente fuera del mundo, aun permaneciendo dentro de él, si se deja que Dios le libere a uno del egoísmo y se vive sólo para el amor.

Pues la huida del mundo no es más que la huida del egoísmo. Y el hombre que se encierra con su egoísmo se pone en una situación en la cual lo malo que hay dentro de él le poseerá como un demonio o lo enloquecerá. Por esto es peligroso ir a la soledad solamente por el deseo de estar solo.

El vivir con otras personas y aprender a perdernos en el entendimiento de sus debilidades y deficiencias puede ayudarnos a ser verdaderos contemplativos. Pues no hay medio mejor de verse libre de la rigidez, dureza y rudeza de nuestro inveterado egoísmo, que es el insuperable obstáculo para llegar a Dios.

Incluso la valiente aceptación de las pruebas interiores en la completa soledad no puede compensar del todo la obra de purificación realizada en nosotros mediante la paciencia y humildad, amando a otros hombres y siendo compasivos hacia sus necesidades y exigencias menos razonables.

Por Thomas Merton del libro “Semillas de contemplación”.