Rev. Swami Vijoyananda |
El domingo 19 de enero de 2003, Swami Pareshanandaji Maharaj, habló de los devotos de la época de Swami Vijoyananda, fundador del Hogar Espiritual Ramakrishna, elogiando la devoción de muchos de ellos. Nombró a Emma, Don Duci, Elmer y especialmente a Juanita y expresó el deseo de tener grabados sus pensamientos.
Con ese fin fuimos a visitarla. Se me ocurrió que sería bueno para un devoto joven ver con sus propios ojos a un devoto tan mayor como Juanita (en esos momentos tenía noventa y cuatro años) como ejemplo de dedicación y fidelidad a su Gurú y a sus principios, con ese motivo le pedí a Gabriela una nueva devota joven muy cariñosa) que me acompañara y con todo gusto lo hizo. A pesar de su deterioro físico, la encontramos vestida de forma impecable y con total lucidez mental. No quiso que grabáramos, decía que tenía dificultad en hablar y que se sentía nerviosa.
La señora que la atendía en ese momento, nos sirvió un te y Juanita comenzó a hablar, recordando que en la década del cincuenta encontró en el diario un artículo de media página sobre el Ashrama de Bella Vista, se había celebrado una festividad muy importante a la cual había asistido el Embajador de la India, nombraban al Swami Vijoyananda y figuraba la dirección del Ashrama. Al leer ese artículo “pensé que ese era el lugar y la persona que estaba buscando”, según sus propias palabras. Pasaron dos o tres meses y un día (enero de 1958, coincidentemente se cumplían 45 años de esa fecha) decidió visitar ese lugar acompañada de su hermana y así lo hizo. “El portón de entrada era de madera como en el campo y bajo un gran árbol se veía unas personas alrededor de una mesa”, luego supo que eran: Swami Vijoyananda, María Elena (una devota que dedicó su vida al servicio de Dios y los devotos en el Ashrama) y Don Humberto quien también residía en el lugar.
Llamó haciendo sonar una campana y la atendió Don Humberto, quien le preguntó si tenía una entrevista, ella le dijo que no pero que si le pedía al Swamiji que le diera una fecha ella volvería. Don Humberto regresó y habló con el Swamiji que era la persona que estaba de espaldas al portón, y mientras escuchaba, el Swamiji, hacía un gesto con la mano sin mirar hacia atrás, para que entraran. “ Cuando hable con él sentí que me entendía” dijo la señora Juanita. Y agregó que en ese mismo momento le dio prácticas espirituales y le pidió que vuelva en tres días. “Desde ese momento cambió toda mi vida”, al poco tiempo el Swamiji le pidió que fuera todos los domingos y así lo hizo por muchos años.
“El Swamiji era muy cariñoso y de él emanaba una gran autoridad, él decía que el peor pecado era mentir y era muy estricto en la puntualidad”, y luego de un gran silencio cargado de emoción, agregó “Pero todo esto hay que sentirlo en el corazón, de lo contrario no tiene valor”. También dijo que la voluntad es muy importante.
A continuación relató algunos hechos de su vida que demuestran que en ella esa voluntad siempre estaba presente. A pesar de su avanzada edad y debilidad física, trasuntaba una gran firmeza interior y profunda sensibilidad. Tras su aspecto austero, diría monacal, se adivinaba una gran ternura.
Cuando nos retirábamos, con lágrimas en los ojos, nos pidió que volviéramos. En presencia de los sinceros devotos, se puede percibir, la maravillosa gracia del Gurú y que él es el Eterno Compañero . Swami Vijoyananda, el amante de la humanidad, al igual que una madre amorosa, vela siempre por el bien de sus hijos.
En febrero de este año, Juanita, la devota siempre impecable, falleció. Los que tuvimos la suerte de conocerla guardamos un especial recuerdo de ella. Era una artista y en todo lo que hacía mostraba ese don. Tenía un gran carácter, en la década del veinte cuando las mujeres ni soñaban en trabajar fuera de su casa ella, por quebrantos económicos de su hogar, salió a trabajar como dibujante publicitaria siendo una adolescente y así lo hizo durante toda su vida. Espíritu independiente, estricta pero no inflexible, devota dedicada y fiel. Seguramente que su Eterno Compañero la habrá recibido, como en aquellos años, con ese gesto tan significativo: ya te conozco y te estaba esperando.
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