martes, 24 de diciembre de 2013

El nacimiento de Cristo


Mientras quede un apetito todavía insatisfecho, mientras Cristo no nazca, debemos esperarlo con ansias e impaciencia. Cuando se establezca la verdadera paz no tendremos necesidad de pruebas; ella se reflejará en nuestras vidas, no sólo en las individuales sino también en la colectiva. Entonces diremos que Cristo ha nacido. Entonces no pensaremos en un día en particular del año como día del nacimiento de Cristo, sino en un evento siempre recurrente que puede ser vivido por cada uno. 

Cuanto más pienso en la religión fundamental, cuanto más pienso en el extraordinario nacimiento de tantos Maestros, llegados a nosotros de época en época y de religión en religión, más me doy cuenta de que detrás está la verdad eterna de la que he hablado. Ella consiste en la vida vivida, que no se detiene jamás, que progresa constantemente hacia la paz. 

Por lo tanto cuando se augura "Feliz Navidad", sin pensar en el significado de esta expresión, ella no es más que una fórmula vacía. Y si no se augura la paz a cada ser viviente, no podemos augurarnos la paz a nosotros mismos. Es un axioma evidente como los axiomas de Euclides: no puede haber paz en una persona si en ella no hay también un ardiente deseo de paz para todo aquello que tiene en torno. Podéis ciertamente experimentar la paz aun en medio de la lucha, pero esto sucede sólo si para hacer cesar la lucha perdéis la vida, os crucificáis vosotros mismos. 

Y así, como el prodigioso nacimiento es un evento eterno, también la cruz es un evento eterno en esta vida tempestuosa. El Cristo viviente significa una cruz viviente. Sin ésta, la vida es una muerte viviente. 

No he llegado a estar de acuerdo jamás con las diversiones de las fiestas navideñas. Me han parecido siempre contrarias a la vida y las enseñanzas de Jesús. 

¡Cómo quisiera que América pudiese dar ejemplo, aprovechando las fiestas de Navidad para una real toma de conciencia moral y dedicación a aquella humanidad por la cual Jesús ha vivido y ha muerto en la cruz! 

La fortuna quiso que encontrara Roma en mi camino. Así pude ver algo de aquella grande y antigua ciudad. ¡Y qué no hubiera estado dispuesto a dar para poder inclinar mi frente delante de la imagen de Cristo crucificado custodiado en el Vaticano! Esa imagen está siempre delante de mis ojos. Esta escultura es capaz de conmover aun a los corazones más duros. El cuerpo está cubierto solamente por un pedazo de tela, como hacen los pobres de nuestro pueblo. ¡Y qué maravillosa expresión de compasión! 

Sólo con esfuerzo logré al fin alejarme de aquella escena de tragedia viviente. Allí comprendí, todavía una vez más que también las naciones, como los individuos, podían crearse sólo a través de la agonía de la cruz y de ningún otro modo. La alegría no nace del sufrimiento por las penas ajenas, sino del sufrimiento que voluntariamente soportamos nosotros mismos.
 Mahatma Gandhi
(de libro 'Jesús y el cristianismo')

viernes, 13 de diciembre de 2013

Salir enteramente de si mismo

El Bendito Señor Jesús

Una de las mayores paradojas de la vida mística es ésta: nadie puede penetrar en el más hondo centro de si mismo y llegar por este centro hasta Dios, si no es capaz de salir enteramente de sí mismo y vaciarse de sí y entregarse a otros en la pureza de un abnegado amor.

Y así una de las peores ilusiones de la vida mística sería intentar hallar a Dios encerrándote dentro de tu propia alma, dejando afuera toda realidad externa mediante pura concentración y fuerza de voluntad, separándote del mundo y los demás hombres, apretándote dentro de tu mente y cerrando la puerta como una tortuga.

Afortunadamente, la mayoría de los hombres que lo intentaron no lo consiguieron. Pues el autohipnotismo es exactamente lo contrario de la contemplación. Entramos en posesión de Dios cuando Él invade todas nuestras facultades con Su luz y Su fuego infinito. Pero el procedimiento de narcotizar tu espíritu y aislarte,de todo lo que vive, meramente te insensibiliza para todas las oportunidades del amor, que es la fuente de la contemplación.

Cuanto más me identifico con Dios, tanto más me identificaré con todos los demás que están identificados con Él. Su Amor vivirá en todos nosotros. Su Espíritu será nuestra única Vida, la Vida de todos nosotros y la Vida de Dios. Y nos amaremos los unos a los otros y amaremos a Dios con el mismo Amor con que nos ama y Se ama. Este Amor es Dios mismo.

Cristo rogaba que todos los hombres se hicieran Uno como Él era Uno con Su Padre, en la Unidad del Espíritu Santo. Por lo tanto, cuando tú y yo seamos lo que realmente deberíamos ser, descubriremos no sólo que nos amamos perfectamente, sino también que ambos vivimos en Cristo y Cristo en nosotros, y que todos somos un solo Cristo.

Thomas Merton
Semillas de Contemplación

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Bienaventurados los pobres de espíritu

El Bendito Señor Jesús 

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

En esta bienaventuranza, Cristo habla de la característica principal que el discípulo deberá tener antes de estar preparado para aceptar lo que el maestro iluminado ha de ofrecerle. Deberá ser pobre en espíritu; en otras palabras, deberá ser humilde. Si un hombre tiene orgullo por erudición, riqueza, belleza o linaje, o tiene ideas preconcebidas acerca de lo que es la vida espiritual o acerca de cómo ha de enseñársele, su mente no es receptiva para las enseñanzas superiores. En el Bhagavad-Gita, el evangelio de los hindúes, leemos: "Aquellas almas iluminadas que han realizado la Verdad te instruirán en el conocimiento de Brahman –el conocimiento trascendente de Dios– si te postras ante ellas, las interrogas y las sirves como discípulo."

Según un cuento indio, un hombre acudió a un maestro y le pidió que le convirtiera en discípulo. El maestro, con su discriminación espiritual, comprendió que el hombre no estaba preparado para que se le enseñara. De modo que le preguntó: ¿Sabes qué has de hacer a fin de ser un discípulo?... El hombre no lo sabía, y le pidió al maestro que se lo dijese. –Bien, dijo el maestro, tienes que buscar agua, juntar leña, cocinar y pasar muchas horas de trabajo pesado. También tienes que estudiar. ¿Quieres hacer todo eso?... El hombre le dijo: Ahora sé lo que tiene que hacer el discípulo. Por favor, dime, ¿qué hace el maestro?… –Oh, el maestro está sentado y da instrucciones espirituales en su modo sosegado. –¡Ah. comprendo -dijo el hombre-. En ese caso, no quiero ser un discípulo. ¿Por qué no me conviertes en un maestro?...

Todos queremos ser maestros. Pero antes de que lleguemos a ser maestros, debemos aprender a ser discípulos. Debemos aprender a ser humildes.

"El Sermón del Monte según el Vedanta"
Swami Prabhavananda