viernes, 26 de agosto de 2011

Meditación y sacrificio

Swami Vivekananda

El yogui dice: toda la vida es yoga. El bhakta dice: toda la vida es lila. El karmayogui dice: toda la vida es yagña. Estas tres, yoga, lila y yagña, en otras palabras: unidad con Dios, juego de Dios y sacrificio; son sólo diferentes estructuras de referencia para comprender la relación entre Dios, el alma y el universo. No interesa qué estructura con­ceptual elegimos; lo que importa es vivir una vida real.

Vida real es vida divina. Y la vida divina es una vida en armonía, de una más elevada conciencia y completa dicha del ser. Dios es la fuente de con­ciencia y dicha y todas las almas individuales se mueven en una espiral de evolución hacia este di­vino Centro. Cuanto más cerrado sea nuestro mo hacia el centro, más divina se volverá nuestra vida. Aquellos que pasan la vida satisfa­ciendo sus deseos sensorios permanecen en un nivel más bajo y experimentan muy poca transformación. En cambio, a niveles más elevados de conciencia el progreso evolutivo individual puede ser considera­blemente acelerado. Y esto es lo que hace el yagña.

La evolución está basada en la ley de sacrificio. A niveles inferiores se presenta una lucha por la existencia y solamente los más aptos sobreviven mientras que el resto es sacrificado. Similarmente, a niveles más elevados hay lucha, pero es la lucha por la conciencia; solamente los aspirantes espirituales más aptos realizan la última Realidad y obtienen la liberación, mientras que los menos aptos continúan moviéndose a lo largo de la espiral evolutiva. Los animales más capaces son aquellos que mejor se adaptan a su medio ambiente; los aspirantes espiri­tuales más hábiles son aquellos que se han adaptado mejor a la vida universal, quienes han convertido toda su vida en yagña.

¿Cómo acelerar nuestra progresión evolutiva? Todo lo que tenemos que hacer es mantener una intensa aspiración y convertir toda nuestra vida en un yagña, abriéndonos, entregándonos plenamente a los poderes creativos de la Vida universal. Sólo la aspiración es nuestra; todo el trabajo es realizado por lo Divino.

La evolución no es asunto individual; es un movimiento cósmico. Todo el poder necesario para el progreso espiritual proviene de la Vida universal. Cuando a través del sacrificio nos abrimos comple­tamente a la Vida, se producirán todos los cambios necesarios y aumentará nuestro impulso evolutivo.

Todos los leños necesarios para la combustión de la evolución espiritual están allí, en la Vida uni­versal; lo que nosotros precisamos es un altar donde el fuego brame. Porque, convertir toda nuestra vida en sacrificio significa convertir nuestro corazón en un altar. Para alcanzar éxito en cualquier sendero de­bemos transformar la totalidad de la vida en ello. El siguiente interrogante es cómo convertir toda nues­tra vida en sacrificio.

Ante todo es menester comprender la verda­dera naturaleza de la vida. En segundo lugar, debe­mos encontrar nuestro verdadero lugar en la vida; la tercera condición es la unificación de trabajo y meditación dentro de una integral disciplina espiri­tual. La cuarta condición es la apertura de la vida individual en todos los niveles a la Vida universal mediante la constante práctica del autosacrificio meditativo.

Lo que el Swami Vivekananda trató de desa­rrollar a través de su filosofía del servicio en el hombre, fue el panorama integral de la vida. Sus principios son tres: la divinidad de la vida, la ley de sacrificio y los niveles de conciencia.

Uno de los principales obstáculos para la orientación de la meta es el conflicto que muchas personas sienten entre vida interior y vida exterior, entre meditación y trabajo. La vida es una sola co­rriente y el querer dividirla en compartimentos des­conectados impide su progresión. La vida espiritual es el desarrollo de la divina conciencia y la transformación de toda la personali­dad.

Realizar esto puede insumir muchos años si restringimos la práctica espiritual a una o dos horas de meditación u oración hecha al azar y con poca intensidad. La práctica espiritual ganará en intensi­dad y concentración sólo cuando tendamos un puente en la brecha entre la vida interior y la exte­rior. Esto significa unificar la meditación y el trabajo en una sola disciplina.

Esto ¿puede ser logrado? Seguro que sí, siempre que aprendamos a acrecentar nuestras limi­tadas e inmaduras ideas acerca de la meditación. La meditación por lo general es considerada como un proceso de fijar la mente sobre un objeto, una forma divina o un nombre divino. Esto está muy bien hasta cierto momento. Pero la dificultad se presenta cuando exageramos el objeto y descuidamos el pro­ceso de la meditación.

Comúnmente se cree que cualquier tipo de concentración sin el nombre o forma elegida, en el campo mental, no es meditación. No es el objeto lo que transforma nuestra conciencia, sino el proceso mental involucrado en la meditación. Si se le da demasiada importancia al objeto mental, la medita­ción pierde su dinamismo y flexibilidad y el aspi­rante quedará como clavado en una rígida estructura conceptual.

¿Qué se espera exactamente de nosotros en la meditación? Según Vedanta el proceso meditativo fundamental es el de fijar la conciencia en el Ser interno. Nosotros conocemos y experimentamos todo con la luz del Atman. En la vida secular co­mún, esta luz es dirigida a lo exterior, apartada de su fuente en lo interior. Cualquier método que se emplee para hacer regresar la corriente de concien­cia a su fuente debe ser considerado como una forma de meditación.

El método de karmayogui para la interioriza­ción de la conciencia es ofrecer su ser inferior como un sacrificio al Ser superior. La tendencia del ser inferior es hacia afuera en busca de los objetos de placer. Mediante el continuo ofrecimiento del ser inferior como ofrenda al Ser superior, se logra que la conciencia regrese a su fuente y se convierta en la meditación. Esta clase de ofrenda del ser practicada como meditación es llamada sacrificio del conocimiento.

Contrariamente a las otras técnicas de meditación la del sacrificio del conocimiento no necesita un tiempo o lugar determinado ni sentarse solo en silencio. Corre paralela con el trabajo. Las actividades comunes son hechas por el ser inferior y así, cuando éste es constantemente ofrecido como una ofrenda, todas las actividades se conectan con el centro de conciencia; como resultado, el trabajo se transforma en una ayuda para la interiorización de la conciencia, más que una distracción u obstáculo. El trabajo hecho con conciencia meditativa es en sí una técnica de meditación.

Sin embargo, el número de personas que realmente lo practican son muy pocas. Porque se necesita un extraordinario coraje y aspiración para liberarse de un molde cómodo, un tiempo fijo, dedicado a la meditación; para buscar a Dios en todo momento y en todo lugar. Para la mayoría de las personas el meditar durante una o dos horas no es más que una excusa para olvidar a Dios el resto del día. Otra razón es que fijar la conciencia en lo interior en todo momento es difícil a menos que, un fuerte tirón desde el centro, es decir, a menos que ya se haya producido un despertar parcial del buddhi o el corazón espiritual.

Uno de los errores que a menudo cometemos es el de tratar de practicar esta meditación en el trabajo sin una previa preparación, en situaciones difíciles, como por ejemplo, cuando tenemos que discutir asuntos serios con nuestros colegas o mientras atendemos algún trabajo importante que exige una función intelectual. Es mejor comenzar esta práctica mientras nos ocupamos de simples actividades, tales como respirar, mirar algo o mientras comemos. Debemos comenzar con un campo limitado de conciencia conectada con el cuerpo antes de lanzarnos a complejos asuntos de otro orden.

Cuando es debidamente practicado durante cortos períodos cada día, estos yagñas producen muchos cambios. En primer lugar, crean un correcto tipo de conciencia que reduce la impulsividad y el automatismo de nuestra vida y nos da un sentido de control y estado de alerta. Gradualmente nuestra conciencia se va interiorizando y desarrollando una corriente subterránea de conciencia meditativa del Ser fluyendo todo el tiempo.

Por Swami Bhayanananda
(Editoriales publicadas en la revista Prabuddha Barata en 1983)

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