La pintura real del Swami Ramakrishnananda fue dada en mi libro “Días en un monasterio hindú”, pero ese retrato fue hecho a grandes rasgos, eliminando todo lo que no fuese atractivo o de interés tanto para orientales como para occidentales. Como, sin embargo, la perspectiva se profundiza y la figura viviente se vuelve difusa, cada detalle descartado alcanza nuevo valor y demanda ser registrado. Esta es la razón de estos tardíos recuerdos; ellos son ofrecidos como los últimos granos recogidos después que la cosecha principal fuese hecha.
Mi estrecha relación con el Swami se encuentra entre los recuerdos más preciados de la India. Ninguna palabra define con más exactitud al Swami que aquellas del Señor Gauranga: “Menos que una brizna de pasto, con la entereza de un árbol, sin buscar honores pero dando honor a todos”.
La humildad era fundamental para él, ésta era más que la mera ausencia de orgullo, era el resultado del olvido completo de sí mismo. No había lugar en su conciencia para otra cosa que no fuese el Maestro (Sri Ramakrishna). Lo que San Pablo dice en su epístola a los Gálatas: “Ya no soy yo sino Cristo que vive en mí”, describe perfectamente la actitud del Swami con respecto a sí mismo y a quien el llamó Gurú. El estaba muerto para sí mismo y vivo solamente en Ramakrishna.
Sus movimientos, su comida, su sueño , su trabajo y sus enseñanzas, su vida entera, estaban basados en la Voluntad del Maestro, nunca en sus propios deseos o conveniencias. Aquellos que lo vieron llevando el cuadro de Sri Ramakrishna, apretado contra su corazón, su cuerpo inclinado como protegiéndolo mientras caminaba a través de la lluvia, desde el vehículo hasta la entrada del nuevo monasterio en Mylapore, pudieron apreciar la ternura de su amor, el poder de devoción por su Gurú, el cual le había transferido su existencia. El podía decir de su Maestro como lo había dicho San Pablo del suyo: “La vida que ahora vivo en el cuerpo la vivo por la fe en el Hijo de Dios”.
Sus sentimientos fueron mostrados en estas palabras que me dijo un día: “Si estamos en un laberinto y alguien viene y nos dice: ‘Yo puedo mostrarle la salida’ ¿Qué hacemos nosotros? Lo seguimos y la gratitud que sentimos es lo que llamamos adoración y devoción. Esta persona es el Gurú y nosotros deberíamos seguirlo completa e incuestionablemente si queremos salir del laberinto”.
“El trabajo del Gurú se hace en unos minutos”, él dijo nuevamente, “mediante una pocas palabras el Gurú da un giro a nuestra vida, como cuando un hombre esta andando en bicicleta, alguien ve que el camino que está siguiendo lo llevará a un peligro, por lo tanto le cambia la dirección, el hombre continúa pedaleando como antes, sin detener su marcha pero ahora se aleja del peligro en vez de acercarse. El trabajo del Gurú es guiarlo al lugar correcto”.
El Swami no daba cuartel al egoísmo, para él espiritualidad significa abandono del ego, aquellos que siguen la vida espiritual no deben tener concesiones con el ego. “Cuando el hombre se impone como tal, comete toda clase de atrocidades, cuando Dios actúa en el hombre, éste es puro, bueno y virtuoso. Trata de sentir a Dios dentro tuyo y superarás todo egoísmo”. Este era su consejo.
Por Sister Devamata
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