domingo, 7 de agosto de 2011

Carta de Swami Vivekananda a Balay



Bombay, 23 de mayo de 1893

Querido Balay,

Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo regresaré al más allá. El Señor da y el Señor quita. Bendito sea el Nombre del Señor. Así decían los antiguos santos judíos, mientras sufrían las peores calamidades que le pueden acaecer a un hombre... y no estaban errados. Es allí donde radica todo el secreto de la existencia: en la superficie pueden romper las olas y rugir las tormentas, pero en lo más profundo está el estrato, el lecho de infinita paz e infinita dicha.

Bienaventurado los que sufren porque ellos serán consolados, ¿por qué? Porque durante esos momentos de visitación, cuando el corazón es estrujado por manos que no se detienen ante el llanto del padre o el gemir de la madre, cuando bajo el peso del dolor, desaliento y desesperación, el mundo parece hundirse bajo nuestros pies y el horizonte aparece como una impenetrable cortina de miseria y pesar, es cuando los ojos internos se abren, súbitamente la luz resplandece, los sueños se desvanecen e intuitivamente nos encontramos, cara a cara, con el supremo misterio de la naturaleza: la Existencia.

Sí, es soportando un peso capaz de hundir varias embarcaciones que, el genio, el fuerte, el héroe ve esa infinita, absoluta y siempre bendita Existencia, aquel infinito Ser invocado y adorado bajo distintos nombres en diferentes regiones.

Es entonces cuando se rompen los grilletes que sujetaban al alma a ese profundo pozo de sufrimiento y por un instante, el alma, libre de trabas, se eleva hasta alcanzar el trono del Señor, donde el malvado deja de importunar y el cargado descansa.

Hermano: no dejes, ni de día ni de noche, de elevar tus ruegos: ¡Qué se cumpla Tu Voluntad!

“Lo nuestro no es preguntar el porqué, lo nuestro es hacer y morir”.
¡Bendito sea el Nombre del Señor y que se cumpla Su voluntad!
Señor, sabemos que tenemos que someternos
Señor, sabemos que es la mano de la Madre la que golpea, el espíritu está lleno de entusiasmo pero la carne es débil.
Existe, Oh Padre del amor, una terrible agonía en el corazón de quien lucha en contra de esta entrega que Tú nos enseñas. Danos fuerza.
Ven, Señor, Gran Maestro, que nos dices que el soldado debe obedecer y nunca levantar la voz.
Ven, Señor, el Auriga de Aryuna, y enséñanos como una vez lo guiaste a él: que la entrega a Ti es el gran propósito y meta de esta vida, y así, junto a aquellos grandes de la antigüedad, pueda exclamar con firmeza y resignación: ¡Qué todo sea dedicado a Sri Krishna!

¡Que el Señor te de paz es mi constante ruego!

Afectuosamente, Vivekananda

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