No tengo sino una palabra que decirte acerca del amor por tu prójimo, a saber: que nada salvo la humildad puede conformarte a ello; nada, sino la conciencia de tu propia debilidad, puede hacerte indulgente y compasivo para la de los demás.
Contestarás: ya comprendo que la humildad debe producir lenidad hacia los demás, pero ¿cómo he de adquirir primero la humildad? Dos cosas combinadas lo conseguirán; no debes separarlas nunca.
La primera es la contemplación del profundo abismo de donde la mano de Dios te ha sacado y sobre la cual te mantiene siempre, por así decirlo, suspendido. La segunda es la presencia de ese Dios que lo penetra todo. Sólo contemplando y amando a Dios se puede aprender el olvido de sí mismo, medir debidamente la nada que nos ha deslumbrado y acostumbrarse, agradecido a decrecer bajo la gran Majestad que lo absorbe todo.
Ama a Dios y serás humilde; ama a Dios y arrojarás de ti el amor de ti mismo; ama a Dios y amarás todo lo que El te da a amar por amor Suyo.
Fenelon (1651-1715, prelado y escritor francés.)
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