lunes, 8 de julio de 2013

Swami Vivekananda: Hacia la perfección

Swami Vivekananda

El tejido de la tela de una gran personalidad es un proceso único y maravilloso. Los días son el estambre, cada experiencia uno de sus hilos, el intelecto y el corazón con sus variaciones son la trama y la urdimbre. Con todos estos elementos se forja el molde para el despertar del alma. Aun así la estatura espiritual de un individuo y sus realizaciones dependen de una completa resolución y voluntad para descubrir y conocer su naturaleza real.

Eso que Jesús proclamó en las colinas de Judea: –¿Qué beneficio obtiene un hombre si conquista el mundo entero y pierde su propia alma?, ya había sido dicho por aquellos sabios de la antigua India: Todo esto es Maia (ilusión), sólo Aquello es Real. 

Un examen de la juventud de Narendra (Swami Vivekananda) nos muestra que hubo tres factores primordiales que incidieron en el forjado de su carácter:

1) Su innata tendencia espiritual y su percepción de su naturaleza real.

2) La influencia de su familia y sus estudios.

3) La guía de su gran maestro espiritual, Sri Ramakrishna, quien lo llevó de la infelicidad y el escepticismo a la seguridad y a la paz.

La influencia de su familia, principalmente sus padres, fue profunda y de largo alcance. Su madre sembró en él sentimientos nobles, pensamiento elevado y acción sin mácula. Aprendió sentado en el regazo de su madre las grandes epopeyas que ella le leía al caer la tarde, el Ramayana y el Mahabharata. Su padre le enseñó, con su ejemplo, hombría de bien y respeto por las tradiciones nacionales. Visvanath estaba en contacto con los movimientos intelectuales de su tiempo lo cual le permitió, entre otras cosas, dirigir la atención de Naren hacia la cultura, religión y filosofía de otros países. A Naren le interesaba el conocimiento en todos sus aspectos, tanto de Oriente como de Occidente. Le atraía conocer la filosofía de Occidente, razón por la cual decidió estudiarla junto con la ciencia, historia y arte occidentales.

La filosofia de Spencer lo interesó de manera especial y utilizó sus razonamientos en discusiones sobre los Upanishads y sobre Vedanta. Hizo lo mismo con el positivismo de Comte, sobre todo en lo que tenía que ver con la ética. También estudió a Kant, Schopenhauer, John Stuart Mill, Augusto Comte y Aristóteles.

En guerra con el sistema de casta y credo hindúes, Naren vivía en una tempestad. Su mente se negaba a permanecer en el mundo de los sentidos y el del puro intelecto no le proporcionaba el conocimiento de la realidad de su propia naturaleza, si es que tal realidad en verdad existía. Tenía el firme propósito de hallar el camino hacia Dios, si es que Dios existía. Solucionar este problema se convirtió, para él, en una necesidad insoslayable e imperiosa. Deseaba realizar esa realidad permanente, base y causa de lo fenoménico.

Naren acordaba con la afirmación kantiana de que lo que el mundo “en sí” permanece desconocido e incognoscible para el hombre puesto que no puede tener experiencia directa de él y de que lo mismo ocurre con la naturaleza interna del hombre, que no puede conocer su realidad interior porque está más allá de las leyes del tiempo y del espacio. Él había comprendido que los órganos de los sentidos, la mente y el intelecto, son incapaces de resolver el enigma ulterior del universo porque la percepción, en la cual algunos fundan las especulaciones y teorías científicas, no está libre de error y por lo tanto no es confiable.

No obstante, Narendra sentía gran respeto por la ciencia occidental y su proceso analítico, que utilizaba en más de una ocasión para poner a prueba las experiencias sobrenaturales de Sri Ramakrishna. Sólo aceptaba lo que pudiera probar de algún modo y rechazaba todo aquello que quisiera imponérsele por presión o temor. Estaba dispuesto de igual modo tanto a convertirse en un ateo honesto como a renunciar incluso a su vida por una visión de la verdad.

Con esta determinación de realizar la verdad espiritual y divina prosiguió sus estudios de ciencia y filosofía. También hizo un curso de medicina para estudiar el funcionamiento del sistema nervioso, el cerebro y la espina dorsal. La historia lo apasionaba porque, para él, era el registro del latido del corazón de los siglos, le hablaba de las aspiraciones y de los logros de las naciones. La poesía, sobre todo la de Wordsworth, tenía una atracción irresistible para Narendra.

Naren era muy querido por su ingenio y su sentido del humor que lo convertían en un compañero inestimable en las diversiones y esparcimientos en los que participaba. A menudo, después de pasar el día con sus amigos se sumergía en el estudio durante la noche. Aun cuando su salud no era buena y se sintiera físicamente débil, su cerebro estaba siempre despejado. En los últimos días de su vida solía decir: "A pesar de que mi cuerpo está quebrantado mi cerebro continúa tan lúcido como siempre." 

Los que lo conocieron lo describen como un muchacho que participaba en divertidas travesuras y aventuras, un eximio artista en el canto, un erudito en sus logros intelectuales y un filósofo en su perspectiva de vida. Veía y comprendía la acción correcta y rechazaba la presión externa. La libre voluntad, sostenida por el discernimiento, era para él la base del verdadero autodesarrollo.

Amante de la vida, el instinto monástico era natural en él. Desde muy joven supo que ese era su camino. En cierta ocasión le dijo a un amigo: –Tú estás casado, estás atado a la vida de hogareño. Yo soy libre. Estoy seguro de que mi camino es la vida monástica. Pero, como él mismo decía, debía vencer muchas dificultades y aclarar muchas dudas antes de que estuviera en condiciones de inclinarse ante un maestro y aceptar sus enseñanzas sin cuestionar.

El Dr. Brayendra Nath Seal, líder intelectual de la India fue uno de sus compañeros de estudio. En 1907 relató sus recuerdos de Swami Vivekananda en un artículo que se publicó en el Prabuddha Bharata. Decía así:

Conocí a Vivekananda en 1881, siendo ambos estudiantes y alumnos del Principal William Hastie, erudito, metafísico y poeta del General Assembly' s College. Era un joven extraordinariamente dotado, sociable, libre y desprejuiciado en cuanto a su manera de ser. Cantor de dulcísima voz, alma de los círculos sociales, brillante conversador, un tanto mordaz y cáustico, hacía trizas con su agudo talento lleno de ingenio, el teatro y la mojigatería del mundo.

Escondía, bajo su máscara de cinismo, un tierno corazón y al mismo tiempo era un inspirado Bohemio pero con una voluntad de hierro. Hablaba con autoridad y tenía el extraño poder de mantener en suspenso a todos los que lo escuchaban.

Esto era evidente para todos, pero lo que era conocido por unos pocos, era el hombre interior que se expresaba en sus vagabundeos de bohemio y en su permanente intranquilidad. Ese fue el comienzo de un período crítico de su historia mental durante el cual despertó a la conciencia del Ser y construyó los cimientos de su futura personalidad. 

“Tres ensayos sobre religión” de John Stuart Mills había trastornado su teísmo de la infancia y el libre optimismo que había absorbido en los círculos externos del Brahmo Samaj. Se sentía asaltado por el problema del mal en la naturaleza y en el hombre, cosa que no lograba conciliar de ninguna manera con la bondad de un creador todopoderoso y omnisapiente.

Un amigo lo condujo al escepticismo de Hume y a la doctrina de lo incognoscible de Spencer. Como consecuencia su incredulidad asumió la forma de un escepticismo filosófico. Su frescura emocional se agotó. Perturbaba su espíritu un tedio que él encubría bajo un aire de negligencia e indiferencia que se manifestaba en sus ironías y escarnios. La música aún lo conmovía y le brindaba una misteriosa percepción de las realidades aún no experimentadas que llenaban sus ojos de lágrimas.

Fue en ese tiempo que lo conocí, por intermedio de un amigo común que lo había iniciado en el estudio de Hume y Spencer. Me habló de sus dudas y de su desesperación por lograr la certidumbre de la realidad última. Me pidió que lo asesorara con respecto a la filosofía teísta de manera apta para un principiante en su situación. Le nombré algunas autoridades en la materia. Los argumentos de los intuicionistas y de la escuela del sentido común de los escoceses sólo sirvieron para afirmarlo en su incredulidad. Me pareció que no tenía suficiente paciencia como para seguir paso a paso la fastidiosa lectura. Los conocimientos que adquiría por ese medio no le satisfacían tanto como la vívida experiencia personal. En él la vida encendía vida y el pensamiento iluminaba el pensamiento. Me sentí profundamente atraído hacia él porque veía que se asía a las dificultades con ardor. Naren no era huraño, intratable o melancólico. Combatía los convencionalismos en sus conversaciones. Este juego confundía a veces a los que no lo conocían en su intimidad.

Le di una serie de escritos de Shelley. Su himno al espíritu de la belleza intelectual, su panteísmo del amor universal y su visión de una humanidad glorificada y milenaria lo conmovieron a un punto que los filósofos no habían conseguido. El universo ya no era algo inerte, sin vida, un mecanismo desprovisto de amor, sino que contenía un principio espiritual de unidad. Le hablé, entonces, de la unidad del Parabrahman como la razón universal. En ese tiempo, yo estaba intentando fundir en uno tres elementos esenciales: el monismo puro de Vedanta, la lógica de la idea de Absoluto de Hegel y el Evangelio de Igualdad, Libertad y Fraternidad de la Revolución Francesa. La individualidad era para mí el principio del mal.

La razón universal era el todo-en-todo, era naturaleza, vida, historia, como desarrollo progresivo de la idea de absoluto. Ética, credo, todo principio social y político debían ser probados por su conformidad con la razón pura. El sentimiento se me aparecía como algo patológico, una perturbación de la cordura, el sano juicio y el orden. El gran problema de la vida y la sociedad, de la educación y la legislación era cómo vencer la resistencia de la individualidad y de lo sin-razón a la manifestación de la razón pura. Yo sostenía, con el ardor de un joven visionario inexperto que la liberación de las cadenas de la sinrazón llegaría a través de una nueva política revolucionaria de la cual el santo y seña sería: Igualdad, Libertad, Fraternidad.

Las ideas de la soberanía de la razón universal y de la negación de lo individual como principio de la moral satisfacían el intelecto de Vivekananda porque le aseguraban la conquista sobre el escepticismo y el materialismo. Pero esto no le trajo paz. Él quería saber si mi filosofía podía satisfacer sus sentidos, si podía liberar el alma. Buscaba lo perfecto que aquietara la conmoción de su alma. En ese entonces consideré esta demanda por la perfección en forma humana y por un poder externo a nosotros que salvara como una debilidad nacida de la falta de razonamiento. Mi inexperiencia juvenil en cuanto a esta demanda de un alma en lucha consigo misma era total. Yo no sabía como satisfacerla. 

Narendra recurrió entonces a los líderes del Brahmo Samaj a quienes pidió un ideal que fuera real a los sentidos, una verdad visible, un poder que condujera a la liberación. Más tarde se quejó amargamente diciendo que allí había escuchado muchas disertaciones sobre moral y principios que a él no le conformaban.

Probó con diversos maestros, credos y cultos, hasta que su intensa búsqueda lo llevó, si bien con un espíritu escéptico al Paramahamsa de Dakshineswar quien llevó paz a su alma y curó las heridas de su espíritu. Aun así dudaba y se preguntaba si esa paz que sentía en presencia del Maestro no sería ilusoria.

Yo observaba con profundo interés la transformación que se operaba ante mis ojos. Imaginen a un joven vital, vedantista, hegeliano, revolucionario como era yo, penetrando en el éxtasis religioso y la adoración a Kali y, por otro lado, uno iconoclasta y librepensador como Naren, una inteligencia creadora y dominante, un domador de almas, cautivo en las redes de un extraño misticismo sobrenatural. Amaba a Narendra y deseaba comprenderlo. Fue así que un día fui a Dakshineswar para ver y escuchar al Maestro de Vivekananda. Pasé ese día de verano en la serena atmósfera del templo-jardín y regresé al atardecer entre los truenos y relámpagos de una tormenta desatada en mi alma. Sentía, a la vez, aturdimiento y perplejidad y una escondida percepción de la verdad.

El resultado fue que él halló, gracias a su Maestro, lo que luego enseñaría al mundo entero: el credo del hombre universal y la absoluta soberanía del Ser.

En medio de su confusión, Naren practicaba meditación. Este esfuerzo por aquietar la mente le dio gran paz mental. En esos momentos él penetraba en los más recónditos pliegues de su naturaleza. Ya en las primeras visitas a Dakshineswar, las palabras de Sri Ramakrishna le resultaron muy reconfortantes y lo mantuvieron firme en la práctica de la meditación. Eso le ayudó a mantener su tumultuosa mente firme en la creencia de una realidad última.

Estas son algunas de las enseñanzas que Sri Ramakrishna le dio:

"Dios escucha las sinceras oraciones y ruegos de la mente humana. Puedo asegurarte que tú puedes verlo más intensamente de lo que tú me ves. Puedes hablar con Él más íntimamente de lo que me hablas a mí. Uno puede escuchar sus palabras y sentir su toque." 

"Puede ser que tú no creas en las diversas formas divinas y las consideres producto de la imaginación. Pero si crees en alguna realidad última que regula el universo, entonces puedes rogar así: "¡Oh Dios, yo no te conozco. Sé misericordioso y revélame tu real naturaleza! Si tu ruego es sincero, Él te escuchará." 

Estas palabras del Maestro animaron a Naren y lo ayudaron a dirigir su mente cada vez más hacia la práctica espiritual. Narendra estaba convencido de que la religión comienza y la filosofía termina cuando se trata de dar un conocimiento claro y correcto de Dios, decía que eso está más allá del poder del intelecto. A pesar de eso y de que dedicaba gran parte de su tiempo y energía a la práctica espiritual, no descartó ni sus libros de filosofía ni la música.

Naren hasta ese momento había meditado en Dios sin forma pero dotado de atributos siguiendo las indicaciones del Brahmo Samaj. Ahora adoptó una nueva forma de meditación. Primero rogaba desde el fondo de su corazón: "iOh Señor, sé misericordioso y revélame tu naturaleza real que es la personificación de la verdad!” Al rato, según él mismo relatara, perdía la conciencia del cuerpo y del tiempo y tenía una sensación de inefable paz interior que no le permitía dejar su asiento. Esta meditación la hacía a la noche cuando todos los de la casa se habían retirado a descansar.

Gradualmente llegó al convencimiento de la existencia de una realidad última de la cual emana todo lo fenoménico. Narendra, guiado por el anhelo de la visión divina, comenzó a llevar una vida de renunciación en la cual la oración y la contemplación se convirtieron en un hábito. Fue en ese tiempo que, en más de una ocasión, se sentía separado de su propio cuerpo. A la vez, en su relación con el Maestro pasó, gradualmente, de la oposición y rebelión iniciales a una entrega total.

Fragmento del libro "Vida del Swami Vivekananda" por sus discípulos de Oriente y Occidente.

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