domingo, 18 de noviembre de 2012

El anhelo por Dios

Cristo bendiciendo (El Salvador del Mundo), El greco

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

¿Cuál es la justicia por la que Cristo nos quiere hambrientos y sedientos? Es la justicia que, en una cantidad de pasajes del Antiguo Testamento, es prácticamente sinónimo de salvación: en otras palabras, de liberación del mal y de unión con Dios. Esta justicia no es, por tanto, lo que corrientemente juzgamos como virtudes morales o buenas cualidades, no es el bien relativo como opuesto al mal, o la virtud relativa como opuesta al vicio, sino la justicia absoluta, el bien absoluto. El hambre y la sed de justicia de los que hable Cristo es un hambre y una sed de Dios mismo.

Ya se ha señalado que la mayoría de nosotros no quiere realmente a Dios. Si nos analizamos. hallaremos que nuestro interés por Dios no es casi tan fuerte como nuestro interés por todos los géneros de objetos mundanos. Pero hasta un leve deseo de conocer la realidad divina es un comienzo que podrá llevarnos más alto. Debemos empezar con el autoesfuerzo. Debemos luchar para desarrollar el amor al Señor mediante la práctica de recogimiento de él, mediante la oración, la adoración y la meditación. Cuando practiquemos estas disciplinas espirituales. Nuestro leve deseo de realizarlo se intensificará hasta que sea un hambre rabioso y una sed ardiente.

A quienes le preguntaban cómo alcanzar a Dios, Sri Ramakrlshna les decía: "Grítale con corazón anheloso, y entonces le verás. Después de la rosada luz del amanecer sale el sol; de modo parecido, el anhelo es seguido por la visión de Dios. El se revelará a ti con la fuerza combinada de estos tres apegos: el apego de un avaro a su riqueza, el de una madre a su hijo recién nacido, y el de una esposa casta a su marido. El anhelo intenso es el modo más seguro de la visión de Dios."

Debemos aprender a dirigir todos nuestros pensamientos y toda nuestra energía conscientemente hacia Dios. Deberá elevarse en la mente una gigantesca ola del pensamiento, que sumerja todos los deseos y pasiones que nos distraen de la meta espiritual. Cuando la mente, de esa manera. se unidireccionaliza y concentra en Dios, estaremos llenos de justicia.

Hay un relato de un discípulo que preguntó a su maestro: –Señor, ¿cómo puedo realizar a Dios?... –Ven conmigo, le dijo el maestro. Te lo mostraré... Llevó al discípulo a un lago, y ambos se sumergieron en él. De repente, el maestro emergió y presionó la cabeza del discípulo, debajo del agua. Pocos momentos después le liberó y preguntó: –Bien, ¿cómo te sentiste?... –iOh, me moría por un soplo de aire!, jadeó el discípulo... Entonces, el maestro le dijo: –Cuando sientas eso intensamente por Dios, no tendrás que esperar largo tiempo su visión.

Por Swami Prabhavananda
(Del libro  "El Sermón del Monte según el Vedanta"

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