Recopilado por Eva M. Schneider
Cuando en la mente surge espontáneamente la idea: “Yo debería realizar a Dios”, eso solo es ya algo muy bueno.
Cierto devoto se quejó cierta vez al Swami diciendo: “Swami, yo no tengo fe”.
“Entonces actúa como actuarías si tuvieras fe”, respondió.
Una de las sentencias que más repetía: “Si le pedimos algo a Dios con absoluta sinceridad y sin dudas, con certeza nos lo dará”. Y cuando cierto devoto al oír esto preguntó: “¿Y cómo se yo que estoy siendo absolutamente sincero?” respondió:
“Cuando le pides que te haga sentir su presencia en tu corazón, ese pedido es absolutamente sincero”.
Pero nosotros somos impacientes. Queremos que Dios responda ya mismo. Así, el Swami contó la siguiente anécdota, uno de los tantos recuerdos de pequeños episodios vividos en su infancia y que llevan encerrado un hermoso significado espiritual. Casi siempre estaban relacionados con su madre, quien era una gran devota del Señor Shiva. Un día, cuando él era muy niño todavía, le hizo una pregunta sobre un tema particular, a lo que ella respondió: “Mira, hijo mío, no puedo contestarte eso ahora, pero lo averiguaré para ti”.
Pasaron muchos días. El niño ya había olvidado completamente aquella pregunta, cuando de pronto ella se la hizo recordar y le dio la respuesta exacta. Él, muy asombrado, dijo: “Pero mamá, ¿cómo recordaste esa pregunta sin importancia después de tanto tiempo? . . . yo ya la había olvidado por completo”. “Mira, mi niño, dijo ella, yo jamás puedo olvidar nada que tú me pidas o preguntes. Por más tiempo que pase, tarde o temprano tendrás tu respuesta”. Su madre era Dios mismo para el niño. Al narrar esto, ¡qué hermosa alusión hacía a la divina Madre del Universo!
A menudo daba este consejo: “Cuando se levanten a la mañana, desde ese mismo momento y hasta que salgan para la oficina o donde sea, repitan esta frase: ‘Soy un ser, eternamente conectado con el Ser Supremo’, y verán que su vida cambiará”.
También le oíamos decir a menudo: “Como buen hindú que soy, tengo mucha fe en la REPETICIÓN”. (sin especificar . . . )
Se quejaba un devoto de que se le hacía demasiado cuesta arriba el sendero espiritual y temía no poder entregarse jamás a Dios. Entonces, el Swami contó la siguiente historia: “Había una época en que el sabio y devoto Nárada vagaba por el mundo como monje errante para trasmitir su conocimiento a quien quisiera aceptarlo. Así un día pasó por un lugar en un bosque, donde un devoto estaba practicando severísimas austeridades. Sentado por interminables horas en el mismo lugar, practicaba sus meditaciones. Al verlo a Nárada quien irradiaba paz y dicha, lo saludó con reverencia y le dijo: “Señor, veo que usted es un gran santo ¿podría hacerme un favor? Cuando la próxima vez vaya al cielo y vea al Señor, ¿podría hacerle una pregunta de mi parte?” “Cómo no, replicó Nárada, ¿qué quieres saber?” – “Por favor pregúntele al Señor cuántas vidas me faltan para lograr la liberación”. “Se lo preguntaré, dijo Nárada”. A poca distancia de allí se encontraba un hombre todo desalineado y medio loco pero muy alegre, bailando y cantando el Nombre del Señor mientras batía palmas. Él escuchó aquella conversación, y le dijo a Nárada: “Ah, Señor, ya que va a ir al cielo, de paso ¿puede hacerle al Señor esa misma pregunta también por mi?”. “Muy bien”, dijo Nárada.
Cuando después de largo tiempo acertó a pasar por ese mismo lugar, vio que el asceta estaba todavía en el mismo lugar, pero alrededor de su cuerpo miles de hormigas habían hecho un enorme hormiguero, a tal punto había quedado inmóvil sumido en sus austeridades. Al verlo a Nárada, se sobresaltó y con mucha ansiedad le preguntó: “¿Y, lo vió al Señor? ¿Qué le dijo?” – “Dijo que te faltan cuatro vidas más”, fue la respuesta. “¿Cómo? ¡No puede ser! ¿No será que otras personas le hicieron la misma pregunta y el Señor dio esa respuesta para ellas, y usted nos confundió? Porque fíjese señor, yo estoy haciendo taaaaantas austeridades, sería muy injusto que tenga que volver a este mundo cuatro veces más!” Pero Nárada, imperturbable, le repitió la respuesta del Señor diciendo que era definitivamente para él, y ya se disponía a irse sin recordar al loco que estaba ahí cerca bailando de alegría en el Nombre de Dios. Pero éste lo vio, y lo llamó. “¿Y, señor, de paso le preguntó también por mi?” – “Aaaaaaaah, sííííí, bueeeeeno, para ti dijo – mira, ¿ves ese árbol de tamarindo allí? (y mostró un enorme árbol) – para ti faltan tantas vidas como hojas tiene ese árbol”. Entonces el loco dijo: “Ah, pero es seguro que me voy a liberar, que voy a ver al Señor, ¿no?” “Sí, sí”, contestó distraídamente el sabio. Entonces el loco se puso a bailar con más alegría todavía, cantando loas a su Dios sin parar y batiendo palmas. Y en ese mismo instante Dios se le apareció y le djo: ”Ya está, ven conmigo, ya no necesitas renacer más”.
CONSEJOS GENERALES
Incansablemente volvía sobre la idea de que la misericordia divina es Dios en acción, pero subrayando que esto no significa sólo crear y preservar, sino también destruir. Y que cuando Dios destruye lo que más amamos, está usando para con nosotros el aspecto doloroso de su Misericordia, el que más nos ayuda a despertar espiritualmente.
Y agregaba: “Cuanto más rápido comprendan esto, mejor para ustedes”.
Cuando alguien quería cerciorarse sobre el progreso en el camino espiritual, preguntando si una vez logrado es irreversible, su respuesta invariablemente era: “El que no avanza está retrocediendo. Eso de quedarse descansando un rato y seguir después, es un autoengaño, porque en el sendero espiritual no podemos quedar fijos en un lugar”.
Para aprender a no aferrarse a lo material, pero tampoco despreciarlo o desconocer su importancia: “La Madre Divina nos da a cada uno de nosotros una bolsa para poner allí el dinero. Pero es una bolsa muy particular, tiene dos aberturas, una como entrada y la otra como salida. Si alguien mantiene cerrada cualquiera de las dos más allá de un tiempo prudencial, ¡ la Madre cierra la otra!!!!!”
A veces llegaba a nosotros a través de una intensa dramatización:
“Hemos encerrado a Dios en nuestro corazón, y para que no nos moleste le pusimos a la puerta doble cerrojo con candado, tranca, y clavos. Y Él, desde adentro está llorando y gritando para que lo dejemos salir y mostrarse”.
Corría la década del 60, cuando se generalizaban cada vez más en todo el mundo las ideas naturistas. Así, algunos de los devotos que venían a ver al Swami los domingos, se explayaban sobre este ideal, que definían como “ vivir en armonía con la naturaleza, respetando sus leyes”.
Pero Vedanta va más allá de lo que nosotros llamamos la naturaleza (sicofísica) y nos enseña que el Ser es nuestra verdadera esencia. Así es como a estos naturalistas bien intencionados, el Swami les respondía: “Ustedes hablan tanto sobre obedecer a las leyes de la naturaleza. Pero yo pregunto ¿Naturaleza según qué?”
Cierta vez, en una pequeña ciudad de la India, se realizó un certamen de riña muy desigual. Esto sucedió así:
Uno de los contrincantes, el local, era un hombre muy alto, atlético y sumamente musculoso y pesado. Era famoso en toda la región por ser absolutamente invencible en esa clase de lucha. Además de no temer a ningún rival, tenía siempre una actitud desafiante y provocadora.
Pero cierto día apareció por ahí un hombrecito delgado de apariencia poco llamativa, que decía ser un buen luchador, y que había oído hablar del otro y había venido a desafiarlo.
Cuando el supercampeón lo vio, estalló en una carcajada y le dijo; “¿Peleamos mañana?” - “No, contestó el flaquito, voy a tomarme tres días para prepararme”.
El grandote pensó: “ Este gusanito necesitará dormir y sobre todo comer muchísimo” , cosa que hizo él mismo a más no poder, seguro de aumentar así aun más sus fuerzas y apenas hizo unos pocos ejercicios para mantenerse en forma, ya que la comida pesada que ingirió le daba pereza.
Mientras tanto el flaco se retiró a un lugar solitario, hizo ayuno completo y pasó la mayor parte del tiempo repitiendo el santo Nombre de Dios.
Cuando llegó el día del certamen, la mente de éste último estaba muy despejada y ágil, y su cuerpo más liviano que nunca. El otro estaba con sus músculos muy desarrollados, pero su poder de concentración había bajado.
Claro está: la pelea la ganó el flaquito por la extraordinaria pureza mental que había logrado.
La gente a menudo le preguntaba al Swami cómo podríamos hacerles bien a los demás. Su respuesta solía ser: “Primero aprenda a no dañar, con palabra, pensamiento o acción”.
Estaba el Swami narrándonos sobre el viaje a su querida patria que después de tantísimos años de ausencia acababa por fin de realizar. Estábamos aproximadamente en mayo o junio de 1969. Durante su ausencia, la “Ramakrishna Math and Mission” había crecido y ampliado su campo de acción inmensamente: escuelas, universidades, hospitales, trabajos de socorro . . . .
El Swami nos relató su visita a uno de los hospitales más importantes de la Orden, que era especialmente ponderado por el alto nivel de los médicos y numerosísimos profesionales especializados que en él trabajaban a la par de muchos monjes y brahmacharis. En ocasión de la visita del Swami, se había organizado a todo el personal de tal modo que la gran mayoría pudo interrumpir sus tareas para asistir a la alocución del venerado huésped de honor.
Narrándonos lo sucedido en aquel encuentro dijo: “Cuando terminé de expresarles mi gran admiración por lo que estaban realizando, dije: “Ahora voy a hacerles unas preguntas muy serias: ‘¿Cuántos de ustedes recuerdan que están dedicando sus maravillosos esfuerzos en una institución que se creó por la inspiración y mandato de Swami Vivekananda con el fin de que ustedes puedan servir al Señor en los enfermos, únicamente servir al Señor? ¿me dicen que para eso deben estudiar y perfeccionarse intensamente? Entonces quiero recordarles que aún cuando curen a muchos enfermos, pero olvidan a Dios en ellos, con el pretexto de que no tienen tiempo de pensar en Él, ¡ese trabajo es INÚTIL!’ y repitió la pregunta con mucha fuerza, en un tono de voz que denotaba un profundo dolor: ‘¿quiénes entre ustedes están recordando sinceramente que sirven únicamente a Sri Ramakrishna, y quiénes están pensando que AYUDAN a estos pobres enfermos?’ Cuando terminé de decir esto, continuó el Swami, barrí con la mirada a la audiencia y noté que con unas muy, muy pocas excepciones todos estaban cabizbajos, muy pensativos, casi tristes”.
Y en otra ocasión, vino el mismo mensaje para nosotros, los principiantes de occidente :
“Fíjense muy bien qué gesto hacen cuando dan unas moneditas de limosna a un pordiosero. Si es con desdén, lástima o fastidio, como tirándoselo (‘tomá pobre tipo’) , seguro que su mano da la moneda de arriba hacia abajo (y hacía el típico gesto de tirar algo a la basura). ¡No, no! así sólo están alimentando su menosprecio, su vanidad! Deben dar de abajo hacia arriba, están ofreciéndoselo a Dios mismo. Agradezcan que pueden servirlo en algo. Repitan interiormente : ¡gracias, gracias por darme esta oportunidad! Hagan el gesto inverso. Y nos lo mostraba: con la moneda sobre la palma de la mano, levantándola lentamente hacia el mendigo.
Pensamos que “tenemos” un problema cuando para lograr algo o para salir de una situación hay que hacer determinadas cosas que no tenemos ganas de hacer.
IDEAS Y CONSEJOS MUY PUNTUALES
“Apego es querer manejar a los demás, manejar en cualquier sentido”.
“Pueden recordar a Dios un millón de veces al día, pero si no se entregan a Él, no habrá realización”.
“Tener un solo pensamiento malo con la mente bien alerta y concentrada, es preferible a tener dos pensamientos buenos al mismo tiempo en un estado de modorra”.
“Cuando pienses en Dios, deja correr la idea “. . . te quiero . . .”
“Una mala relación con Dios es mejor que ninguna”.
A los que se preocupaban demasiado por solucionarlo todo: “¡Carguen a Dios!”.
“Yo limpio mi propia basura”. O también: “No me gusta ser inspector de cloacas, prefiero pasear por un jardín de rosas”.
“Mi Madre Divina es muy traviesa, muy juguetona”.
“No existe la justicia objetiva. La justicia es siempre personal, subjetiva”.
- “Hagan experimentos”.
- “¿Cómo, Swami, a qué se refiere?”
- “¡Sean concientes!”
“Lo mío es tuyo. Lo tuyo no es mío”.
Dios nos habla por boca del sabio y también por boca del ignorante.
- “El miedo impide la entrega. La entrega destruye el miedo.”
- “Swami, pero si a uno le cuesta mucho entregarse, ¿ayudaría decirle a Dios una y otra vez: “Dios mío me entrego a vos”, aunque sea al principio con mucha vacilación?”
- “¡Seguro!”
RECUERDOS Y CONSEJOS PERSONALES
“Si ves algo malo en una persona, ignóralo. Si descubres algo realmente bueno, imítalo no más”.
Estaba yo una vez sentada en silencio cerca del Swami con la mente bastante perturbada, aunque trataba de estar conciente. En ese entonces no veía claro cuál era el ideal de mi vida, ni mucho menos cómo lograrlo. Prevalecía en mi la idea que debía desarrollar mi inteligencia, pero no era capaz de dar una definición clara de “inteligencia”. En medio de ese torbellino interior, me surgió la idea: “Bueno, en vez de pensar tanto, mejor me dedico a alguna de las tantas tareas de la casa, así no le doy curso a mi perturbación mental y logro abrir mi corazón sirviendo a los demás”. Siempre en silencio, me levantaba dispuesta a hacer determinado trabajo de limpieza, cuando el Swami, que veía todo lo que pasaba dentro de nosotros, dijo: “¡Eso es inteligencia!”
Estábamos en absoluto silencio. Éramos unos pocos discípulos sentados cerca del Swami, tratando de que nuestras mentes se volvieran un poco más introspectivas. De pronto el Swami me hizo esta pregunta: “¿Dime, tú puedes alegrarte al ver que alguien tiene éxito o está contento por alguna razón?” “Sí, Swami”, fue mi respuesta sincera. El silencio que siguió me sirvió para comprender que mi maestro quería hacerme ver que había dado algunos pasos en la dirección correcta, pero que debía seguir expandiendo mi corazón; y que él estaba dándome una pauta para evaluar yo misma en cualquier momento si seguía en la expansión o la contracción.
No tenía límites la capacidad del Swami para poner las enseñanzas más sutiles de los sabios antiguos al alcance de nuestras manos. Ya habíamos oído repetirle una y otra vez: “Yoga es: no permitir que la mente se rompa en olas”. Con eso yo creía haberlo comprendido tanto en el aspecto intelectual como en el práctico.
Sin embargo, más adelante comprendí que el aprendizaje de esta enseñanza es escalonado y que yo necesitaba entrenarme más aún en la primera etapa del mismo. Fue cuando el Swami me hizo sentar un día a su lado y me dijo: “¿Ya sabes concentrarte perfectamente en un solo tema? Mira, te voy a dar una ayudita: durante cualquier actividad del día, si en un momento toda tu atención esta puesta en lo que percibes con uno solo de los cinco sentidos y no percibes absolutamente nada por los otros cuatro, eso es yoga, en ese momento estás practicando yoga”.
Cierto devoto se quejó cierta vez al Swami diciendo: “Swami, yo no tengo fe”.
“Entonces actúa como actuarías si tuvieras fe”, respondió.
Una de las sentencias que más repetía: “Si le pedimos algo a Dios con absoluta sinceridad y sin dudas, con certeza nos lo dará”. Y cuando cierto devoto al oír esto preguntó: “¿Y cómo se yo que estoy siendo absolutamente sincero?” respondió:
“Cuando le pides que te haga sentir su presencia en tu corazón, ese pedido es absolutamente sincero”.
Pero nosotros somos impacientes. Queremos que Dios responda ya mismo. Así, el Swami contó la siguiente anécdota, uno de los tantos recuerdos de pequeños episodios vividos en su infancia y que llevan encerrado un hermoso significado espiritual. Casi siempre estaban relacionados con su madre, quien era una gran devota del Señor Shiva. Un día, cuando él era muy niño todavía, le hizo una pregunta sobre un tema particular, a lo que ella respondió: “Mira, hijo mío, no puedo contestarte eso ahora, pero lo averiguaré para ti”.
Pasaron muchos días. El niño ya había olvidado completamente aquella pregunta, cuando de pronto ella se la hizo recordar y le dio la respuesta exacta. Él, muy asombrado, dijo: “Pero mamá, ¿cómo recordaste esa pregunta sin importancia después de tanto tiempo? . . . yo ya la había olvidado por completo”. “Mira, mi niño, dijo ella, yo jamás puedo olvidar nada que tú me pidas o preguntes. Por más tiempo que pase, tarde o temprano tendrás tu respuesta”. Su madre era Dios mismo para el niño. Al narrar esto, ¡qué hermosa alusión hacía a la divina Madre del Universo!
A menudo daba este consejo: “Cuando se levanten a la mañana, desde ese mismo momento y hasta que salgan para la oficina o donde sea, repitan esta frase: ‘Soy un ser, eternamente conectado con el Ser Supremo’, y verán que su vida cambiará”.
También le oíamos decir a menudo: “Como buen hindú que soy, tengo mucha fe en la REPETICIÓN”. (sin especificar . . . )
Se quejaba un devoto de que se le hacía demasiado cuesta arriba el sendero espiritual y temía no poder entregarse jamás a Dios. Entonces, el Swami contó la siguiente historia: “Había una época en que el sabio y devoto Nárada vagaba por el mundo como monje errante para trasmitir su conocimiento a quien quisiera aceptarlo. Así un día pasó por un lugar en un bosque, donde un devoto estaba practicando severísimas austeridades. Sentado por interminables horas en el mismo lugar, practicaba sus meditaciones. Al verlo a Nárada quien irradiaba paz y dicha, lo saludó con reverencia y le dijo: “Señor, veo que usted es un gran santo ¿podría hacerme un favor? Cuando la próxima vez vaya al cielo y vea al Señor, ¿podría hacerle una pregunta de mi parte?” “Cómo no, replicó Nárada, ¿qué quieres saber?” – “Por favor pregúntele al Señor cuántas vidas me faltan para lograr la liberación”. “Se lo preguntaré, dijo Nárada”. A poca distancia de allí se encontraba un hombre todo desalineado y medio loco pero muy alegre, bailando y cantando el Nombre del Señor mientras batía palmas. Él escuchó aquella conversación, y le dijo a Nárada: “Ah, Señor, ya que va a ir al cielo, de paso ¿puede hacerle al Señor esa misma pregunta también por mi?”. “Muy bien”, dijo Nárada.
Cuando después de largo tiempo acertó a pasar por ese mismo lugar, vio que el asceta estaba todavía en el mismo lugar, pero alrededor de su cuerpo miles de hormigas habían hecho un enorme hormiguero, a tal punto había quedado inmóvil sumido en sus austeridades. Al verlo a Nárada, se sobresaltó y con mucha ansiedad le preguntó: “¿Y, lo vió al Señor? ¿Qué le dijo?” – “Dijo que te faltan cuatro vidas más”, fue la respuesta. “¿Cómo? ¡No puede ser! ¿No será que otras personas le hicieron la misma pregunta y el Señor dio esa respuesta para ellas, y usted nos confundió? Porque fíjese señor, yo estoy haciendo taaaaantas austeridades, sería muy injusto que tenga que volver a este mundo cuatro veces más!” Pero Nárada, imperturbable, le repitió la respuesta del Señor diciendo que era definitivamente para él, y ya se disponía a irse sin recordar al loco que estaba ahí cerca bailando de alegría en el Nombre de Dios. Pero éste lo vio, y lo llamó. “¿Y, señor, de paso le preguntó también por mi?” – “Aaaaaaaah, sííííí, bueeeeeno, para ti dijo – mira, ¿ves ese árbol de tamarindo allí? (y mostró un enorme árbol) – para ti faltan tantas vidas como hojas tiene ese árbol”. Entonces el loco dijo: “Ah, pero es seguro que me voy a liberar, que voy a ver al Señor, ¿no?” “Sí, sí”, contestó distraídamente el sabio. Entonces el loco se puso a bailar con más alegría todavía, cantando loas a su Dios sin parar y batiendo palmas. Y en ese mismo instante Dios se le apareció y le djo: ”Ya está, ven conmigo, ya no necesitas renacer más”.
CONSEJOS GENERALES
Incansablemente volvía sobre la idea de que la misericordia divina es Dios en acción, pero subrayando que esto no significa sólo crear y preservar, sino también destruir. Y que cuando Dios destruye lo que más amamos, está usando para con nosotros el aspecto doloroso de su Misericordia, el que más nos ayuda a despertar espiritualmente.
Y agregaba: “Cuanto más rápido comprendan esto, mejor para ustedes”.
Cuando alguien quería cerciorarse sobre el progreso en el camino espiritual, preguntando si una vez logrado es irreversible, su respuesta invariablemente era: “El que no avanza está retrocediendo. Eso de quedarse descansando un rato y seguir después, es un autoengaño, porque en el sendero espiritual no podemos quedar fijos en un lugar”.
Para aprender a no aferrarse a lo material, pero tampoco despreciarlo o desconocer su importancia: “La Madre Divina nos da a cada uno de nosotros una bolsa para poner allí el dinero. Pero es una bolsa muy particular, tiene dos aberturas, una como entrada y la otra como salida. Si alguien mantiene cerrada cualquiera de las dos más allá de un tiempo prudencial, ¡ la Madre cierra la otra!!!!!”
A veces llegaba a nosotros a través de una intensa dramatización:
“Hemos encerrado a Dios en nuestro corazón, y para que no nos moleste le pusimos a la puerta doble cerrojo con candado, tranca, y clavos. Y Él, desde adentro está llorando y gritando para que lo dejemos salir y mostrarse”.
Corría la década del 60, cuando se generalizaban cada vez más en todo el mundo las ideas naturistas. Así, algunos de los devotos que venían a ver al Swami los domingos, se explayaban sobre este ideal, que definían como “ vivir en armonía con la naturaleza, respetando sus leyes”.
Pero Vedanta va más allá de lo que nosotros llamamos la naturaleza (sicofísica) y nos enseña que el Ser es nuestra verdadera esencia. Así es como a estos naturalistas bien intencionados, el Swami les respondía: “Ustedes hablan tanto sobre obedecer a las leyes de la naturaleza. Pero yo pregunto ¿Naturaleza según qué?”
Cierta vez, en una pequeña ciudad de la India, se realizó un certamen de riña muy desigual. Esto sucedió así:
Uno de los contrincantes, el local, era un hombre muy alto, atlético y sumamente musculoso y pesado. Era famoso en toda la región por ser absolutamente invencible en esa clase de lucha. Además de no temer a ningún rival, tenía siempre una actitud desafiante y provocadora.
Pero cierto día apareció por ahí un hombrecito delgado de apariencia poco llamativa, que decía ser un buen luchador, y que había oído hablar del otro y había venido a desafiarlo.
Cuando el supercampeón lo vio, estalló en una carcajada y le dijo; “¿Peleamos mañana?” - “No, contestó el flaquito, voy a tomarme tres días para prepararme”.
El grandote pensó: “ Este gusanito necesitará dormir y sobre todo comer muchísimo” , cosa que hizo él mismo a más no poder, seguro de aumentar así aun más sus fuerzas y apenas hizo unos pocos ejercicios para mantenerse en forma, ya que la comida pesada que ingirió le daba pereza.
Mientras tanto el flaco se retiró a un lugar solitario, hizo ayuno completo y pasó la mayor parte del tiempo repitiendo el santo Nombre de Dios.
Cuando llegó el día del certamen, la mente de éste último estaba muy despejada y ágil, y su cuerpo más liviano que nunca. El otro estaba con sus músculos muy desarrollados, pero su poder de concentración había bajado.
Claro está: la pelea la ganó el flaquito por la extraordinaria pureza mental que había logrado.
La gente a menudo le preguntaba al Swami cómo podríamos hacerles bien a los demás. Su respuesta solía ser: “Primero aprenda a no dañar, con palabra, pensamiento o acción”.
Estaba el Swami narrándonos sobre el viaje a su querida patria que después de tantísimos años de ausencia acababa por fin de realizar. Estábamos aproximadamente en mayo o junio de 1969. Durante su ausencia, la “Ramakrishna Math and Mission” había crecido y ampliado su campo de acción inmensamente: escuelas, universidades, hospitales, trabajos de socorro . . . .
El Swami nos relató su visita a uno de los hospitales más importantes de la Orden, que era especialmente ponderado por el alto nivel de los médicos y numerosísimos profesionales especializados que en él trabajaban a la par de muchos monjes y brahmacharis. En ocasión de la visita del Swami, se había organizado a todo el personal de tal modo que la gran mayoría pudo interrumpir sus tareas para asistir a la alocución del venerado huésped de honor.
Narrándonos lo sucedido en aquel encuentro dijo: “Cuando terminé de expresarles mi gran admiración por lo que estaban realizando, dije: “Ahora voy a hacerles unas preguntas muy serias: ‘¿Cuántos de ustedes recuerdan que están dedicando sus maravillosos esfuerzos en una institución que se creó por la inspiración y mandato de Swami Vivekananda con el fin de que ustedes puedan servir al Señor en los enfermos, únicamente servir al Señor? ¿me dicen que para eso deben estudiar y perfeccionarse intensamente? Entonces quiero recordarles que aún cuando curen a muchos enfermos, pero olvidan a Dios en ellos, con el pretexto de que no tienen tiempo de pensar en Él, ¡ese trabajo es INÚTIL!’ y repitió la pregunta con mucha fuerza, en un tono de voz que denotaba un profundo dolor: ‘¿quiénes entre ustedes están recordando sinceramente que sirven únicamente a Sri Ramakrishna, y quiénes están pensando que AYUDAN a estos pobres enfermos?’ Cuando terminé de decir esto, continuó el Swami, barrí con la mirada a la audiencia y noté que con unas muy, muy pocas excepciones todos estaban cabizbajos, muy pensativos, casi tristes”.
Y en otra ocasión, vino el mismo mensaje para nosotros, los principiantes de occidente :
“Fíjense muy bien qué gesto hacen cuando dan unas moneditas de limosna a un pordiosero. Si es con desdén, lástima o fastidio, como tirándoselo (‘tomá pobre tipo’) , seguro que su mano da la moneda de arriba hacia abajo (y hacía el típico gesto de tirar algo a la basura). ¡No, no! así sólo están alimentando su menosprecio, su vanidad! Deben dar de abajo hacia arriba, están ofreciéndoselo a Dios mismo. Agradezcan que pueden servirlo en algo. Repitan interiormente : ¡gracias, gracias por darme esta oportunidad! Hagan el gesto inverso. Y nos lo mostraba: con la moneda sobre la palma de la mano, levantándola lentamente hacia el mendigo.
Pensamos que “tenemos” un problema cuando para lograr algo o para salir de una situación hay que hacer determinadas cosas que no tenemos ganas de hacer.
IDEAS Y CONSEJOS MUY PUNTUALES
“Apego es querer manejar a los demás, manejar en cualquier sentido”.
“Pueden recordar a Dios un millón de veces al día, pero si no se entregan a Él, no habrá realización”.
“Tener un solo pensamiento malo con la mente bien alerta y concentrada, es preferible a tener dos pensamientos buenos al mismo tiempo en un estado de modorra”.
“Cuando pienses en Dios, deja correr la idea “. . . te quiero . . .”
“Una mala relación con Dios es mejor que ninguna”.
A los que se preocupaban demasiado por solucionarlo todo: “¡Carguen a Dios!”.
“Yo limpio mi propia basura”. O también: “No me gusta ser inspector de cloacas, prefiero pasear por un jardín de rosas”.
“Mi Madre Divina es muy traviesa, muy juguetona”.
“No existe la justicia objetiva. La justicia es siempre personal, subjetiva”.
- “Hagan experimentos”.
- “¿Cómo, Swami, a qué se refiere?”
- “¡Sean concientes!”
“Lo mío es tuyo. Lo tuyo no es mío”.
Dios nos habla por boca del sabio y también por boca del ignorante.
- “El miedo impide la entrega. La entrega destruye el miedo.”
- “Swami, pero si a uno le cuesta mucho entregarse, ¿ayudaría decirle a Dios una y otra vez: “Dios mío me entrego a vos”, aunque sea al principio con mucha vacilación?”
- “¡Seguro!”
RECUERDOS Y CONSEJOS PERSONALES
“Si ves algo malo en una persona, ignóralo. Si descubres algo realmente bueno, imítalo no más”.
Estaba yo una vez sentada en silencio cerca del Swami con la mente bastante perturbada, aunque trataba de estar conciente. En ese entonces no veía claro cuál era el ideal de mi vida, ni mucho menos cómo lograrlo. Prevalecía en mi la idea que debía desarrollar mi inteligencia, pero no era capaz de dar una definición clara de “inteligencia”. En medio de ese torbellino interior, me surgió la idea: “Bueno, en vez de pensar tanto, mejor me dedico a alguna de las tantas tareas de la casa, así no le doy curso a mi perturbación mental y logro abrir mi corazón sirviendo a los demás”. Siempre en silencio, me levantaba dispuesta a hacer determinado trabajo de limpieza, cuando el Swami, que veía todo lo que pasaba dentro de nosotros, dijo: “¡Eso es inteligencia!”
Estábamos en absoluto silencio. Éramos unos pocos discípulos sentados cerca del Swami, tratando de que nuestras mentes se volvieran un poco más introspectivas. De pronto el Swami me hizo esta pregunta: “¿Dime, tú puedes alegrarte al ver que alguien tiene éxito o está contento por alguna razón?” “Sí, Swami”, fue mi respuesta sincera. El silencio que siguió me sirvió para comprender que mi maestro quería hacerme ver que había dado algunos pasos en la dirección correcta, pero que debía seguir expandiendo mi corazón; y que él estaba dándome una pauta para evaluar yo misma en cualquier momento si seguía en la expansión o la contracción.
No tenía límites la capacidad del Swami para poner las enseñanzas más sutiles de los sabios antiguos al alcance de nuestras manos. Ya habíamos oído repetirle una y otra vez: “Yoga es: no permitir que la mente se rompa en olas”. Con eso yo creía haberlo comprendido tanto en el aspecto intelectual como en el práctico.
Sin embargo, más adelante comprendí que el aprendizaje de esta enseñanza es escalonado y que yo necesitaba entrenarme más aún en la primera etapa del mismo. Fue cuando el Swami me hizo sentar un día a su lado y me dijo: “¿Ya sabes concentrarte perfectamente en un solo tema? Mira, te voy a dar una ayudita: durante cualquier actividad del día, si en un momento toda tu atención esta puesta en lo que percibes con uno solo de los cinco sentidos y no percibes absolutamente nada por los otros cuatro, eso es yoga, en ese momento estás practicando yoga”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario