¡Levántate, hijo Mío, y avanza como un hombre! Soporta valientemente cuanto sea tu destino soportar; cada trabajo que acuda a tus manos para ser hecho, hazlo con toda tu energía y nada temas. No olvides que Yo, la dadora de la hombría, la dadora de la feminidad y dueña de la victoria, soy tu Madre.
¡No tomes la vida en serio! ¿Qué es el destino sino el juego de tu Madre? Ven, juega conmigo durante un rato; acoge alegremente todos los sucesos. ¿Murmuras por lo bajo que necesitas para ello tener un propósito? ¿Crees acaso que carece de propósito la pelota con la cual se divierte la Madre? ¿Ignoras que Su juguete es un rayo cargado con suficiente poder para destrozar los mundos, a poco que mueva Ella la mano? No preguntes acerca del plan. ¿Necesita plan alguno la flecha cuando parte del arco? Tal eres Tú. Cuando hayas vivido tu vida te será revelado el plan. Hasta entonces, ¡oh, hijo del tiempo! nada necesitas saber.
Mi juego es infalible. Por esa sola razón inicia animosamente la jornada de cada día. Piensa que ha sido para Mi placer que viniste al mundo; y piensa que también para Mi gozo, al caer de la noche, cuando Mi deseo se haya cumplido, te recogeré en Mi regazo: el descanso. Nada preguntes. Nada veas. Jamás hagas planes. Deja que Mi voluntad fluya a través de ti como entran y salen las olas en el caracol marino abandonado en la playa.
Pero algo hay que debes comprender: ni un solo gesto resultará vano, ni un solo esfuerzo al final fracasará. Lo que sueñas llegará a dar un resultado mayor que tu mismo sueño. Irás allí o más lejos por alguna razón ínfima y tu ida servirá para grandes fines. Tropezarás y hablarás con muchos, pero unos pocos serán Míos desde el principio. Con ellos cambiarán una señal secreta y proseguiréis juntos la jornada. ¿Y esa señal?
Allá en las más recónditas profundidades del corazón de los Míos brilla y relampaguea el cuchillo de los sacrificios, el acero de Kali. Son los Míos, desde su nacimiento, adoradores de la Madre en Su encarnación de la espada. Amantes de la muerte son ellos y no amantes de la vida, enamorados de la tempestad y de la violencia.
Tales son los que a ti acudirán con antorchas aun no encendidas, en demanda de fuego. Mi voz se eleva por sobre la fecunda tierra pidiendo a gritos vidas: las vidas y la sangre de quienes son reyes entre los hombres. Más recuerda que si Yo así grito también he mostrado el modo de contestar. En cada especie la madre es siempre la primera en arrojarse a la muerte para proteger a su rebaño.
La religión, sea cual fuere el nombre que se le dé, ha sido siempre el amor hacia la muerte. Pero desde hoy la hoguera del renunciamiento arderá como nunca en Mis tierras, consumiendo a los hombres con una pasión incontrolable por el pensamiento. Entonces los Míos anhelarán sacrificarse como otros ansían el placer. Entonces el trabajo y el esfuerzo, el sufrir y el dedicarse al prójimo serán considerados dulces en lugar de amargos. Porque esta edad es grande en el tiempo, y porque Yo, Kali, soy la Madre de las naciones.
No huyas de la derrota. Abraza a la desesperación. El dolor no es distinto del goce cuando soy Yo quien dispone ambos. Alégrate por consiguiente cuando llegas al lugar de las lágrimas, pues allí verás Mi sonrisa. En tales sitios celebro mis citas con los hombres y los encierro en lo más hondo de Mi corazón.
Desarraiga de tu ser todo interés que pudiera oponerse al Mío. Ni el amor, ni la amistad, ni las comodidades, ni el hogar pueden alzar la voz cuando Yo hablo. Abandona tranquilamente un palacio para zambullirte en el océano del terror; sal de la cámara del ocio y del reposo para montar la guardia entre las llamas de una ciudad incendiada. Comprende que tanto lo uno como lo otro es irreal. Acoge al destino con una sonrisa.
No mendigues compasión para ti y Yo te haré portador de grandes vasijas de compasión para los demás. Acepta valientemente tu propia oscuridad y tu lámpara alegrará a muchos. Cumple con gozo todo trabajo, hasta el más ínfimo, que sea para bien de otros y no busques lugares encumbrados.
No mendigues compasión para ti y Yo te haré portador de grandes vasijas de compasión para los demás. Acepta valientemente tu propia oscuridad y tu lámpara alegrará a muchos. Cumple con gozo todo trabajo, hasta el más ínfimo, que sea para bien de otros y no busques lugares encumbrados.
Prosigue con ahínco la tarea que te he impuesto. Ve tejiendo de modo que la trama se entrelace en forma perfecta con la urdimbre. No rehuyas ninguna de las exigencias del trabajo. No sientas responsabilidad alguna. No pidas recompensa.
Sé enérgico, intrépido, resuelto y cuando se ponga el sol y haya concluido el juego, sabrás, pequeñín Mío, que Yo, Kali, la dadora de la hombría, la dadora de la feminidad y dueña de la victoria, soy tu Madre.
Por Sister Nivedita
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