martes, 7 de mayo de 2013

La Humildad


El humilde recibe el elogio como un cristal limpio recibe la luz del sol. Cuanto más clara e intensa es la luz, tanto menos se ve el cristal.

Para los hombres que viven en monasterios hay el peligro de que hagan tan complicados esfuerzos por ser humildes con la humildad que han aprendido en un libro, que llegue a volvérseles imposible la verdadera humildad. ¿Cómo puedes ser humilde si siempre estás atento a ti mismo? La verdadera humildad excluye la conciencia de si; pero la falsa humildad intensifica el percatarse de sí mismo hasta tal punto que quedamos lisiados, y ya no podemos hacer un movimiento ni realizar un acto sin poner en funcionamiento un complejo mecanismo de excusas y fórmulas en que nos
acusamos.

Si fueras realmente humilde no te preocuparías de ti. ¿Por qué hacelo? Te ocuparías sólo de Dios y Su voluntad, y del orden objetivo de las cosas y valores tales como son y no como tu egoísmo quiere que sean. En consecuencia, no tendrías ya falsas ilusiones que defender. Tus movimientos serían libres. No necesitarías el estorbo de un montón de
excusas que en realidad sólo son fórmulas para defenderte de la acusación de orgullo... como si tu humildad dependiera de lo que otros piensan de ti!

El hombre humilde puede hacer grandes cosas con insólita perfección, porque ya no se preocupa de lo accidental, como sus intereses y su reputación, y ya no necesita desperdiciar esfuerzos en defenderlo. Pues un hombre humilde no teme el fracaso. De hecho, no teme nada, ni a si mismo, pues la perfecta humildad lleva consigo una perfecta confianza en el poder de Dios, ante quien ningún otro poder tiene sentido y para quien no hay ningún obstáculo.

La humildad es el signo más seguro de la fuerza.

Thomas Merton
Semillas de contemplación

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