martes, 18 de septiembre de 2012

Fascinación


Afirmar en nosotros un ideal, creando así un núcleo espiritual que se convierta en fuente inagotable de fascinación, ¿no es la esencia misma de todo sentimiento religioso? Quedar fascinado por la vida, ¿no es el fin y la razón de ser de la misma? "Si la vida no nos sorprende a cada instante, no es más que una muerte a corto plazo", decía un poeta. Bajo el influjo de la admiración o de la fascinación, perdemos todo sentido de posesión. Nuestra necesidad de poseer es la compensación que buscamos cuando no nos vemos transportados más allá de nosotros mismos por sentimientos elevados como un amor puro o la fascinación. Con frecuencia tenemos ocasión de comprobarlo: cuando no es un amor puro lo que nos anima, caemos fácilmente en la agresividad o en un exagerado sentido de posesión.

El primer verso de los Upanishads dice: "Goza sin experimentar el deseo de poseer"; es decir, nos pide cultivar en nosotros tanto la capacidad de fascinación como la de amar con un amor puro. Estos dos sentimientos nos sacian; ¿qué más podríamos desear? Tomemos el ejemplo de dos hombres: el vendedor y e1comprador. El vendedor tiene su mente repleta de cálculos y busca incesantemente la forma de obtener mayores ganancias con sus mercaderías. El comprador tiene una actitud por completo distinta su espíritu está lleno de fascinación, admira los objetos y su belleza. Debemos cultivar en nosotros el estado anímico del comprador ante este despliegue de maravillas que el mundo nos ofrece.

Todas estas joyas deslumbrantes pertenecen al Señor y no a nosotros. Sólo a El compete la preocupación por hacer atractivo su escaparate a fin de tentar al comprador. Si debemos pagar un precio muy elevado por algo que admiramos mucho, ¿por qué lamentarlo? ¿No pertenece el mercado entero a nuestro Padre? Es a El que hemos entregado esa elevada suma. Dios es nuestro Padre y si El expone ante nuestros ojos tantas y tan seductoras maravillas, lo hace sin otro fin que el de cultivar en nosotros la facultad de admirar, para que nos habituemos a elevarnos más allá de nosotros mismos por mediación de la belleza.

Nos prepara para que seamos capaces de pagar generosamente con nuestra persona por toda esta belleza. Después de todo, ¿podemos llevarnos los objetos que compramos? No. Todo lo que podemos llevar con nosotros es el estado de espíritu del comprador, ese espíritu seducido y la costumbre de pagar generosamente por aquello que admiramos con toda nuestra alma. La admiración, nos transforma: nos convertimos en el objeto que admiramos; no hay ya necesidad de comprarlo ni de poseerlo. Podemos decir que hemos renunciado a él; de hecho, es nuestro, pues está en nuestro corazón.

Swami Nityabodhananda

(Fue fundador del Centro de Vedanta en Ginebra, Suiza. Profundo pensador y exponente erudito del pensamiento hindú en Europa.)




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