"Arrojando piedras" de Alexei Zaitsev |
Seguro que alguna vez han jugado a tirar piedras en una laguna mirando como se formaban ondas. Prueben una vez más. Tiren una piedra en una laguna chica o grande y observen como las ondas se alejan hacia las orillas y parecen morir allí. Sin embargo, verán que para morir, las ondas tienen que volver al lugar de su origen. Observen de nuevo. La olas no mueren en las orillas, sino en el punto de su nacimiento.
Estábamos hablando de yoga en la última clase. Ese almacén de impresiones llamado chitta, es una mente con cuatro fases o funciones.
Todo el secreto del yoga es no recibir impresiones. Muy fácil es decir: no recibir impresiones. Pero, ¿cómo no recibirlas? Yo puedo cerrar mis ojos, puedo tapar mis oídos y tratar de no percibir la sensación de tacto, pero ¿cómo puede uno apartarse? Porque, no leer, no oír, son esfuerzos del momento, y el yogui quiere lograr un estado permanente. Él quiere no percibir ninguna cosa del exterior. Entonces viene el siguiente aforismo de Patányali: “En aquél tiempo (en el tiempo de la concentración), el que ve (no puedo decir vidente, ni veedor, porque se presta a confusión), el ser individual, queda tranquilo en un estado que no sufre modificación.” ¿Cuándo? En el momento de la concentración. ¿Qué ocurre en el momento de la concentración? Las olas cesan y la laguna queda tranquila.
La mente recibe olas. Siempre decimos que esas olas, esas formas o modificaciones, surgen sin nuestra voluntad. En realidad, no es cierto. No es como la laguna que necesita algo exterior, como ser una piedra, para agitarse. Las olas se levantan sin la participación de algo exterior. Por no observar la mente, la hemos vuelto vegetativa, la hemos convertido en subconsciente. La mente tiene que pagar por su estado consciente y por las ocurrencias del estado inconsciente. La piedra fue arrojada a la laguna. ¿Por quién fue arrojada? Por la parte inconsciente de la mente, o la substancia mental.
Los yoguis dicen: La mente, mal educada, sale en busca de impresiones. Sale a través de los ojos y los demás sentidos. Por eso para calmarla, para que mueran las olas, tiene que hacer las cosas conscientemente.
Los valientes, los de propósito firme, cuando se dan cuenta que cometieron un error se muerden los labios. Pero los semidormidos necesitan varias repeticiones de la misma situación hasta darse cuenta. El yogui quiere encontrar la forma de evitar los errores, ayudado por la misericordia divina. Allí también difieren los yoguis de los Samkhyas. Los yoguis dicen: siempre es necesaria la misericordia divina. ¿Y cómo llega esa misericordia? A través de la concentración.
Ustedes habrán notado que hay personas que gozan en otros cuerpos. Como hay cosas que no pueden hacer, buscan sujetos para gozar en ellos. Eso significa que el deseo no muere por el camino de la satisfacción. El real contentamiento viene cuando damos explicación a la mente, cuando estamos gozando. Sin embargo, hay escuelas que tratan de acallar la mente con el látigo en la mano. Y sí, la mente se calla por el momento, pero, en la primera oportunidad se revela, quiere probar el fruto prohibido. Por eso, el discernimiento es necesario, y no solamente para los actos llamados malos.
Toda salida de la mente de su centro de existencia, produce pena; causa ondas circulares. Si la mente es realmente consciente no sale. ¿Entonces quiere decir que el yogui después de purificar su mente queda como un fósil? No. La mente ve pero no dice esto es mío. No se identifica con los objetos. Esa es la diferencia.
Durante la concentración, todo lo que ha quedado subconsciente sube. El yogui quiere que vuelvan otra vez todas las ondas a su punto de partida. Y no vuelven porque las ondas, como ondas materiales, quieren morir en la orilla. Es como querer morir dormido. El yogui dice: si me equivoco, si pienso que la naturaleza es omnipotente, si acepto su dominio, tengo que desdecir todo. Entonces el yogui busca la concentración, para que la función receptora de la mente no salga a buscar percepciones.
Mucha gente dice: “quiero salir de esto”, pero no ayuda a la mente a salir de eso. No dejan lugar para la otra parte de la mente que es el intelecto. Una vez que ese intelecto empieza a funcionar, el hombre se vuelve realmente inteligente. De vez en cuando el hombre toma ese estado, pero los centenares de salidas de la mente hacia el exterior no dejan tiempo al intelecto. Una vez que empieza a funcionar el intelecto, comienzan a verse los errores y entonces él ve que todas esas faltas eran repeticiones de cinco maneras de sentir y cinco maneras correspondientes de pensar. Y una o dos cosas más. Uno es mío y otro no es mío. Uno es individual y otro es universal. El se da cuenta, recién entonces, que esa gran laguna queda completamente seca. La naturaleza produce impresiones duales: frío y calor, odio y amor, alto y bajo, etc.
A eso vamos a llegar. Pero, ¿cómo? Patányali dice: “Entonces”. Después de haber acallado la mente; después de haber parado todas sus salidas por medio de la concentración; cuando el intelecto comienza a funcionar, el ser que todo lo ve, recién entonces respira hondo al tiempo que dice: “Ahora estoy en mi mismo”. Antes no estaba en si mismo, estaba en el exterior.
¿Por qué no estamos en nosotros mismos? Son nuestras propias necesidades las que nos llegan a través de todo lo exterior y ahí quedamos saturados. ¡Pobre intelecto que no puede catalogar; que no puede discernir; ahí hay tantas entradas, tanta información! No puede discernir porque la mente corre y corre. Y ¿cómo parar la mente? Por medio de la concentración. Una vez que la mente sale, ¿quién puede atajarla?
Es muy difícil ser un buen yogui porque estamos mal acostumbrados. Hemos dado mucha importancia a la parte mínima de nuestra existencia. Nos hemos quedado en la fachada de la casa. Allí mismo hemos hecho los cálculos, pero sin haber entrado. Y todo ha quedado por conocer. Una vida entera se queda detenida, la mejor vida de todos los seres creados, la vida humana. Entonces, tenemos que volver nuevamente en otra vida, a comenzar de cero. Otra vez los sufrimientos, los problemas, las penas, los seres queridos, la familia, los amigos, y la proximidad de personas indeseables. ¡Es muy duro!
¿Cuánto tiempo dedicamos a lo interior? Recuerdo que de muchacho habíamos formado una comisión. Porque la mente toma forma en cualquier parte que estemos. Ya estábamos rapados, y llevábamos el hábito ocre; pero la mente tenía sus salidas. La comisión que habíamos formado se presentó al Presidente de la Ramakrishna Mission, el más querido de los Swamis de la Orden. Él nos dijo:
—¿Qué les pasa?
Le respondimos: ¡Cómo cuidaba de ustedes Ramakrishna, pero ustedes no nos cuidan así a nosotros!
El Swami entonces me preguntó:
— ¿Cuántas horas diarias empleas en la pequeña práctica que te indiqué?
— Dos horas. Le contesté.
— Y cuando estudiabas, ¿cuántas horas dedicabas para los libros?
— Ocho horas.
— ¡Ahá! ¿Por qué para obtener un diploma que puede ayudarte a vivir, empleabas ocho horas, y empleas sólo dos en la pequeña práctica que te he dado y que puede hacerte ganar la liberación?
Desde ese día yo personalmente no insistí más.
El Swami Vivekananda dijo una vez que no hay que dar un paso atrás, ni fundar bosques en la ciudad, para poder prácticar. Observen cada paso de su actuación y su pensamiento.
Rev. Swami Vijoyananda
Cuarta clase - 22 de agosto de 1944
Cuarta clase - 22 de agosto de 1944
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