Colaboración de Lic. José Astigueta
Esto me recuerda de un hermano discípulo mío que está en Saint Louis, Swami Satprakashananada. El me contó que Maharaj le preguntó: “¿Tienes un cuarto para mi?” No entendió la pregunta, y contestó: “Si Maharaj, hemos hecho lugar usted.” “No quiero decir eso. Yo digo aquí (señalando su corazón), ¿tienes lugar para mi?” Entonces recién comprendió. De nuevo pensó que tomaría un tiempo largo para tener la iniciación de Maharaj, quizás tomaría años. Así, decidió ir a la Santa Madre. Cuando recorrió la mitad de la distancia, se contagió con disentería, no pudo seguir; por lo tanto, tuvo que volver. A la larga tuvo que tomar iniciación de Maharaj.
Había un maestro de escuela mío, Sharat Sen, que me dijo: “Sé que ves a Maharaj. ¿Me llevarías a él?” Así que lo llevé conmigo y se lo presenté a Maharaj. Él quería ciertas instrucciones preliminares, y Maharaj se las dio. Entonces Maharaj me pregunto: “¿No quieres tú preguntar por instrucciones?” Yo le dije: “No Maharaj.” Porque yo encontraba plenitud en él. Yo pensaba que no había nadie más grande que él, más que la madre, más el padre o los amigos. ¿Qué más podía obtener de él? Más tarde cuando volvíamos al bote, Sharat Sen me retó: “Él quiso darte instrucciones, ¿porqué no aceptaste?” Entonces dije: “Volveré.” Consecuentemente, el día siguiente volví. Maharaj me preguntó: “¿Porqué has vuelto?” Le dije: “Si, Maharaj quiero las instrucciones.” Entonces me dio mi primerísima instrucción y junto con unas cuentas de rosario. Su jefe de discípulos, Swami Shankarananda, las hizo engarzar. Maharaj me pidió que consiguiera una campana y que la pusiera alrededor del cuello de su ternero mascota, al que le tenía mucho cariño. Él mismo salvó al ternero de las manos de unas personas que lo querían carnear. Creo que esa campana fue mi Guru-Dakshina, el presente que se da al gurú, como es la costumbre.
Antes de convertirme en monástico, fui a ver a Maharaj a Kankhal sin tener su permiso escrito. Su secretario y discípulo Swami Shankarananda, que luego se convertiría en presidente de la Orden Ramakrishna, también estaba allí, y él (Swami Brahmananda) le dijo que hiciera lugar para este joven brahmachari. Cuatro de nosotros estábamos juntos en un gran cuarto, incluyendo a Swami Madhavananda, que también más tarde fue presidente de la Orden Ramakrishna. Un día Maharaj vino a ver como estábamos acomodados. El dijo: “Que pena que cuatro de ustedes deban quedarse en un cuarto.” Luego agregó el comentario: “Cincuenta sadhus, hombres santos, pueden vivir bajo una manta, pero en un mismo reino dos reyes no pueden vivir juntos.”
En el caso de Maharaj hemos visto como enseñaba a cada discípulo de acuerdo con su capacidad de hacer; él no pedía nada imposible. Yo le he escuchado decir a algunos de sus discípulos que se sentaran por quince minutos, y eso era suficiente. A otro le dijo: “Tu tienes que meditar dieciséis horas por día.” Dependía de la capacidad individual. El no enseñaba algo que le fuera imposible de practicar al discípulo en particular. Maharaj lo hacía fácil y simple para cada individuo, al mismo tiempo, es un hecho que si ese simple individuo practicaba esas verdades simples durante su vida, el estaba destinado a logros únicos en la vida espiritual.
Después de algunos meses Maharaj decidió enviarme al Ashrama de Mayavati. Me dijo que mantuviera mi mente firme como los Himalayas. Durante ese tiempo me sentía solo y extrañaba a Mahraj, como resultado me escapé a Puri, en donde estaba él en ese momento. Maharaj tenía la habilidad de dar samadhi con un solo toque. Había una muchacha de catorce años que tuvo un sueño con Maharaj, y por eso ella fue a las oficinas de Udbodhan. Fue enviada luego por Swami Saradananda a una hora inapropiada a Maharaj, que estaba descansando en la casa de Balaram Bose. Maharaj se levantó la invitó a entrar y sentarse, seguidamente le dio un mantra. Inmediatamente entró en samadhi, pues Maharaj tenía ese poder. Luego Maharaj le pidió que tomara un manto “guerua” y la convertió en monja. Le dijo: “Quédate en un lugar y las chicas jóvenes te rodearán y tu las iniciarás.” Cuando élla dejó el cuerpo, la jefa de sus discípulos dijo que estaba en mahasamadhi.
Otra cosa viene a mi mente. Si le preguntabas una cosa el decía: “Oh, espera, espera ven a verme mañana.” Al día siguiente uno volvía y el respondía: “No me siento bien, ven otro día.” Como ven, estaba esperando la respuesta directamente del Señor. Antes que diera su respuesta. Ese era su modo de ser.
Cuando era un joven brahmachari, hice le siguiente pedido: “Maharaj deme samadhi.” Respondió: “Eres muy impaciente mi muchacho.” Él llevo a un amigo mío a la biblioteca y le pidió que tocara su mano y mi amigo entró en samadhi. Entonces cerró la puerta con cerrojo y se fue. Después de dos horas lo sacó del cuarto. No se que pasó con el muchacho después.
En otra oportunidad mi maestro me dijo: “Tú tienes la gracia de Dios, tú tienes la gracia de tu gurú, tú tienes la gracia de los devotos de Dios, pero sin la gracia de uno estarás arruinado.” Le dije: “¿Qué es la gracia de uno?” El respondió: “La gracia de tu propia mente.”
Sus propios discípulos no lo comprendían; sus hermanos discípulos si lo entendían. Cuando nos sentábamos a sus pies como discípulos, veíamos que reverencia y respeto tenían por él sus hermanos discípulos. Cuando sentíamos esa majestuosa grandeza en él, hacía algo, o decía algo para hacernos reír, para que nos olvidáramos de eso. Si ese sentimiento perduraba en nosotros, no podríamos darle servicio personal, que era nuestro privilegio. Él era uno de nosotros. Él bajaba a nuestro plano y nos levantaba desde allí. Saben, es muy extraño, no lo podíamos entender. Por ejemplo, el estaba sentado y nosotros estábamos allí, quizás hablando. Entonces pensábamos que estaba algo distraído. Había una mirada en sus ojos como si estuviera viendo el infinito, al mismo tiempo, el nos estaba respondiendo. Más tarde nos dijo que había tenido la visión de Cristo, que había hablado con él. No lo vimos entrar en samadhi, entonces ¿como poder entender semejante fenómeno? Comprendan ustedes, el vivía en una consciencia dichosa, y al mismo tiempo, era la cabeza de la Orden Ramakrishna, una Orden tan vasta, y llevaba bien sus deberes con la Orden.
Yo recibí esta carta de un monje que era mayor que yo, pero comenzó como un monje junior en el monasterio. Una vez fue a Maharaj y le dijo: “No puedo meditar, mi mente esta intranquila, ¡por favor haga algo por mi!” El respondió: “El hermano Harí, Swami Turiyananda, ha practicado muchas disciplinas espirituales, ha realizado austeridades toda su vida, es a él a quien tienes que ir.” Así fue a ver Swami Turiyananda y éste le dice: “Yo estoy en la puerta de Maharaj, viviendo con él para recibir su gracia. Tu vuelve a él y recibe su gracia.” Él volvió luego con Maharaj y éste le dice: “Tu sabes que debe haber un receptáculo apropiado.” Este monje joven tuvo una contestación magnífica: “Maharaj usted puede darme el tesoro supremo, usted tiene el poder para hacerlo, usted puede hacer que el recipiente sea adecuado.” Entonces Maharaj sonrió y dijo: “Esta bien, sigue con lo que has estado haciendo y lo lograras.”