martes, 23 de agosto de 2011

Acción y no reacción


Pregunta: ¿Cómo debemos actuar para no reaccionar ante los acontecimientos?

Respuesta de Swami Vijoyananda: Ante ese problema estoy yo presente. Me he empeñado en querer a todos y espero llegaré a conseguirlo a pesar de los jirones que de mi físico, ese intento me está restando. 

El mundo siempre nos deparará amarguras. Hay quien cree que el camino del mundo es una línea recta, mas no es así, hay sinuosidades y estos trazos también son necesarios en él. El amor se paga con odio. Golpes caen sobre nosotros cada vez que hacemos algo bueno,...y cuántos han caído sobre mí. Creo que ni aún tomando la posición del cínico podría alguien dejar de reaccionar.

Para quien el motivo de su vida es el amor, y sólo el amor, los contrastes lo dejan contrito pero no tienen la suficiente fuerza para hacerlo desertar; a veces me ha pasado esa idea por el cerebro...total en la India con dos trajes de algodón y un par de zapatos quedaría todo resuelto, pero no es así. Mi Maestro (Swami Brahmananda) me decía: ‘La paciencia limitada es intolerancia y quien no sepa perdonar que deje el hábito’.

Ustedes, los que tienen familia, cuentan con un hijo o parientes que se les acerca y les hace un cariño. No quiero recordarles lo que suele haber detrás... mi familia es muy grande (todos ustedes) y entrañablemente los quiero, más a veces, en quien multipliqué mis desvelos se va sin decir nada. Es muy duro. ¿Comprenden ahora por qué un Swami también sufre y también se enferma?

Mientras tuve a mi madre a quien adoraba, conocí el real cariño y cuando la perdí, vi que hay besos que se compran, cariños que se pagan, amores que se prodigan por interés; ante realidades así, deduzca usted cual puede ser la reacción. Mas cuando alborea en el corazón ese amor que es la proyección del Ser en el Ser, todo cambia. Recuerdo lo que en otra oportunidad les referí de los Upanishads, cuando el maestro iluminado dijo a su esposa: ‘Nadie, oh querida, amó jamás al esposo, por el esposo mismo; es por el Atman, por el Señor que está dentro, que el esposo es amado’. Similarmente es en todas las relaciones. Es que olvidamos nuestro origen divino. Esos mares de lágrimas que ruedan de nuestros ojos son necesarios para lavar el fango, que durante tanto tiempo (fuera de cálculo para nuestra frágil memoria) fue depositándose en nuestro interior, ocultando nuestra real divinidad.

En la vida común apenas si nos levantamos del plano animal. De la vida moral a la espiritual hay una gran diferencia. En la primera la acción se reduce a ‘esto puedo hacer y aquello no debo hacer’, en síntesis: acción de los opuestos donde nos establecemos en el bien. Establecidos en lo moral, hemos dado recién el primer paso hacia la espiritualidad. Recordemos que somos la Dicha y que la desdicha nos la acarrea nuestra ignorancia.

El secreto para poder estar en el mundo, y no reaccionar contra él, es permanecer en él sin ser de él. Quien pudiera hacer como el devoto que cuando la serpiente le inyectó la ponzoña en los pies le dijo: ‘Oh, Bienamado, más arriba, el beso, más arriba’. Pero desgraciadamente somos como el loro que en compañía de un santo aprendió a repetir el Nombre del Señor, pero al echársele encima el gato, sólo puede articular el grito habitual.

La humanidad, aquí y en muchas partes, está pasando por un momento crucial; la mentira reina y es la credencial que abre puertas, la libreta del Banco, es dios, y sus secuaces, la desvergüenza y otras actitudes innobles. Para seres sensibles este vivir se hace insoportable, difícil. Las grandes almas deben poder sobrellevar todo y no desviarse de su meta. Es el camino de la crucifixión, es un camino de espinas ...¡Y qué punzantes!; pese a todo seguir amando y perdonando es la consigna.

Rev. Swami Vijoyananda
Fundador del Hogar Espiritual Ramakrishna-Vivekananda de la Argentina.

Una virtud fundamental muy difícil de poseer


Sri Ramakrishna señaló que el agua nunca se junta en las alturas, pero que sí lo hace en el valle sin dificultad, con ello quería enseñar la importancia de la humildad para la vida espiritual. Es esta la virtud que nos permite recibir toda la gracia divina, sin ella habrá olvido de Dios y nos coloca en una falsa posición de autosuficiencia, y Dios respeta esta cerrazón. 

Sri Ramakrishna explica esta actitud de Dios en una parábola donde muestra a un niño en­tretenido con sus juguetes mientras su madre trabaja despreocupada en la cocina; es sólo cuando el niño deja su juego y se pone a clamar y a llorar por ella, que la madre decide dejar todas sus impor­tantes tareas para correr a atenderlo. 

Vivimos en un período histórico donde la re­gla de oro es: yo puedo o su equivalente yo lo sé, a esta forma de ser le sigue naturalmente su corolario: horror a toda autoridad. Esta situación deja nece­sariamente al individuo muy solo, exigiéndole enormes esfuerzos de aprendizaje por el método de prueba y error, que es muy desgastante y desmora­lizador. 

Sin duda, esta es una posición extrema y como todas las de su clase, lleva al hombre a enfrentar profundas contradicciones; descalabrando así el delicado equilibrio del vivir y dejar vivir. Las consecuencias más notorias de esta necia actitud, son sin duda, el descrédito de la opinión ajena y la desconfianza a toda autoridad, pues ven en estos mandones la fuente de todo engaño y abuso. La actitud del yo puedo todo son viejos resa­bios del concepto de Nietzsche sobre la existencia de un superhombre, meta última de unos pocos elegidos. El mismo lo define así: "El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre: una cuerda sobre el abismo". Por otro lado está el exi­tismo tecnológico de estas últimas décadas que confirma en hechos, este concepto de hombres om­nímodos. 

Remarquemos aquí la frase "una cuerda sobre el abismo", pues muestra claramente la impe­riosa necesidad de no romperse, pues abajo, nada hay para sostener al caído. Los millones de si puedo crean sociedades de gran ficción interna, y por ello la vida se hace su­mamente desgastadora, sí, así es como el su­perhombre moderno llega al fin de cada uno de sus días: "exhausto y angustiado por el devenir". Lo curioso de esta lucha, no es ya contra las fuerzas naturales, sino contra el uno mismo, pues la socie­dad, el trabajo, la familia, esperan cada vez más "de lo mejor" de cada uno. Los que defraudan esta exigencia devoradora de hombres, son los que quedan fuera del juego, y así quebrados de cuerpo y mente por la autoexi­gencia impuesta; quedan superados y olvidados por una sociedad supuestamente justa e igualitaria. 

Son los descastados, su único crimen: ser perdedores. Se endiosa esta supuesta libertad que avala el voluntarismo del si puedo, pero en realidad es sólo la zanahoria que cuelga frente al burro. Así es como se forma una extensa cadena jerárquica de aprove­chadores que abusan de otros aprovechadores me­nores, y como es evidente, el último de la cadena pierde. 

La justicia del sistema se basa en la inseguri­dad para todos, y que en la lid, el que juega mal sus oportunidades pierde su posición. ¿Es esto libertad? Por lo dicho, esta sociedad de hoy desprecia la humildad, pues la considera la actitud del perde­dor. Por eso el hombre está sobre el abismo, pues como lo sostiene Nietzsche: "Dios ha muerto". ¿Es entonces la búsqueda de Dios, sólo para un perdedor? Sí, para los materialistas y no, para los que perciben que existe algo más que materia. 

La humildad tiene dos componentes: una que desnuda toda la pequeñez del yo, y que se reconoce como una sombra de algo superior, y la otra dimen­sión es la que desborda poderío inefable, digámoslo con las palabras de San Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta"; aquí su yo se ha diluido en Dios o en el único Yo. Así es como su voluntad se ha transformado en Conciencia, y ahora sabe con toda certeza que nunca hubo, hay o habrá abismo Nietzscheriano. 

Aquél que ha descubierto la vacuidad de su yo, lo descarta, y va en pos de un Yo verdadero. En esa dura búsqueda va comprendiendo poco a poco, lo dicho por Sri Krishna: "En realidad, todo lo que es glorioso, excelente y poderoso, sabe que es pro­ducido de una fracción de Mi divina gloria" (B.Guita: X- 41).

Por Lic. José M. Astigueta

domingo, 7 de agosto de 2011

Carta de Swami Vivekananda a Balay



Bombay, 23 de mayo de 1893

Querido Balay,

Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo regresaré al más allá. El Señor da y el Señor quita. Bendito sea el Nombre del Señor. Así decían los antiguos santos judíos, mientras sufrían las peores calamidades que le pueden acaecer a un hombre... y no estaban errados. Es allí donde radica todo el secreto de la existencia: en la superficie pueden romper las olas y rugir las tormentas, pero en lo más profundo está el estrato, el lecho de infinita paz e infinita dicha.

Bienaventurado los que sufren porque ellos serán consolados, ¿por qué? Porque durante esos momentos de visitación, cuando el corazón es estrujado por manos que no se detienen ante el llanto del padre o el gemir de la madre, cuando bajo el peso del dolor, desaliento y desesperación, el mundo parece hundirse bajo nuestros pies y el horizonte aparece como una impenetrable cortina de miseria y pesar, es cuando los ojos internos se abren, súbitamente la luz resplandece, los sueños se desvanecen e intuitivamente nos encontramos, cara a cara, con el supremo misterio de la naturaleza: la Existencia.

Sí, es soportando un peso capaz de hundir varias embarcaciones que, el genio, el fuerte, el héroe ve esa infinita, absoluta y siempre bendita Existencia, aquel infinito Ser invocado y adorado bajo distintos nombres en diferentes regiones.

Es entonces cuando se rompen los grilletes que sujetaban al alma a ese profundo pozo de sufrimiento y por un instante, el alma, libre de trabas, se eleva hasta alcanzar el trono del Señor, donde el malvado deja de importunar y el cargado descansa.

Hermano: no dejes, ni de día ni de noche, de elevar tus ruegos: ¡Qué se cumpla Tu Voluntad!

“Lo nuestro no es preguntar el porqué, lo nuestro es hacer y morir”.
¡Bendito sea el Nombre del Señor y que se cumpla Su voluntad!
Señor, sabemos que tenemos que someternos
Señor, sabemos que es la mano de la Madre la que golpea, el espíritu está lleno de entusiasmo pero la carne es débil.
Existe, Oh Padre del amor, una terrible agonía en el corazón de quien lucha en contra de esta entrega que Tú nos enseñas. Danos fuerza.
Ven, Señor, Gran Maestro, que nos dices que el soldado debe obedecer y nunca levantar la voz.
Ven, Señor, el Auriga de Aryuna, y enséñanos como una vez lo guiaste a él: que la entrega a Ti es el gran propósito y meta de esta vida, y así, junto a aquellos grandes de la antigüedad, pueda exclamar con firmeza y resignación: ¡Qué todo sea dedicado a Sri Krishna!

¡Que el Señor te de paz es mi constante ruego!

Afectuosamente, Vivekananda