Sri Ramakrishna |
La razón principal por la que no encontrarnos a Dios es porque no lo deseamos con la suficiente ansia. Nuestras vidas están atestadas de muchísimas otras cosas y podernos arreglárnoslas perfectamente sin Dios, que ciertamente no nos resulta tan esencial como el aire que respiramos. No es este el caso de un hombre como Rarmakrishna. Cada vez que pienso en su vida, me siento profundamente conmovido. Tenía apenas dieciséis años cuando ya era sacerdote en un templo hindú y estaba encargado de realizar los ritos de la deidad de dicho templo. Un día le entró un súbito deseo de atravesar el velo que ocultaba al ídolo del templo y entrar en contacto con la Realidad infinita que dicho ídolo simbolizaba, una Realidad a la que él llamaba "Madre". Aquel deseo se convirtió para él en una obsesión tal que a veces se olvidaba de realizar los ritos. Otras veces, se ponía a mover la lámpara sagrada delante de la deidad y, absorto en su obsesión, continuaba haciéndolo durante horas, hasta que llegaba alguien que le hacía volver en sí y entonces se detenía. Manifestaba todos los signos de un hombre profunda y apasionadamente enamorado. Todas las noches, antes de retirarse a dormir, se sentaba delante de la deidad y gritaba: "¡Madre, otro día más, y sigo sin encontrarte! ¿Cuánto tiempo tendré que esperar, Madre, cuánto tiempo?" Y rompía a llorar desconsoladamente. ¿Cómo puede resistirse Dios a semejante ansia? ¿Es de extrañar que Rarnakrishna llegara a ser el extraordinario místico que fue? En cierta ocasión, hablando de lo que significa anhelar a Dios, le dijo a un amigo: "Si un ladrón estuviera durmiendo en una habitación separada únicamente por una delgada pared de un fantástico tesoro, ¿acaso podría dormir? ¿No se pasaría la noche despierto e ideando el modo de llegar al tesoro? Desde muy joven, vengo deseando a Dios más de lo que ese ladrón podría desear ese tesoro.
San Agustín habla del desasosiego del corazón humano que no puede hallar la paz mientras no descansa en Dios. Sin Dios, para quien hemos sido creados somos como peces fuera del agua. Si no experimentamos la agonía que padece el pez, es únicamente porque matamos el dolor con infinidad de deseos y placeres, y hasta problemas, que permitimos que ocupen nuestra mente, y suprimimos el deseo de Dios y el dolor de no poseerlo aún. Si no tenernos este deseo de Dios, debernos pedirlo. Es una gracia que el Señor concede a todo aquel a quien El quiere revelarse.
Anthony de Mello
(Sacerdote jesuita, nacido en Bornbay en 1931 y muerto en Nueva York en 1987. Toda su obra estuvo dirigida a lograr una síntesis enriquecedora entre la espiritualidad de Oriente y Occidente. De su libro "Contacto con Dios")